EL INVIERNO
(Polirritmo sin rima)
Es el Invierno un caduco, reumático vejete
de avinagrado rostro y afrentosa calva,
con bigotes harina y antiparras humo.
Como lleva por sangre los hielos del Polo,
como teme resfríos, toses y catarros,
como vive escamado de vientos y lluvias,
tapona las rendijas de ventanas y de puertas,
no respirando más ambiente
Que el aire deletéreo de su hermética morada.
Acorazado por redobles colchaduras de franela,
puestos guantes y bata, cachenez y gorro,
se repantiga en un sillón Voltaire,
y al amor de la roja, crepitante chimenea,
pasa los minutos, las horas y los días,
tranquilamente modulando su ronquido interminable.
Mientras, con golpes soñolientos y monótonos
mide las horas un péndulo de otro siglo, (compases,
sueña el vejete con sueños muy dulces:
se mira joven y ágil, hermoso y potente,
apto a medírselas con bíblicos patriarcas;
segundo Romeo, persigue a segunda Julieta;
mas cuando tiene segura la caza
y mira a su alcance los goces de un beso non sancto,
surge el sueño.
Que se abren puertas y ventanas,
y entran de golpe
rayos de cielo,
soplos de brisa,
trinos de alondra
Y lejanos rumores de cascadas torrentes.
Con luces, aromas y cantos,
viene esparciendo flores, llega exhalando frescura,
la encarnación fragante del placer y de la vida,
la Primavera.
La Primavera, la muchacha retozona y libre,
empuña al caduco reumático vejete,
y arrancándole gorro, bata, cachenez y guantes,
le lleva en circular, vertiginosa danza,
por llanos y fraguras, por desiertos y jardines,
desde las hondas cuencas de los valles
hasta las frías y ventosas cumbres.
Entre sonoras carcajadas de gorriones y de mirlos,
el pobre Invierno
tirita y estornuda,
el pobre Invierno muere
de pulmonía fulminante.
Manuel González Prada