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LA VIDA DEL HOMBRE.
POEMA PEDESTRE JOCOSERIO.
LA INFANCIA

    Nueve meses encerrado
En oscuro calabozo,
Con las piernas en cuclillas
Y los puños en los ojos,
Desde que fue concebido
El hijo de cada prójimo
(No siempre lícito fruto
De legítimo consorcio)
Llora y gime a su manera
De su prisión en el fondo,
Por ver los rayos del sol
Que ilumina nuestro globo.
¡En vano!; que para ahogar
Sus inocentes sollozos,
Conspira aleve el corsé,
Invención de los demonios;
Y a saber lo que le espera
Cuando salga de aquel lóbrego
Presidio, preferiría
Ser víctima de un aborto.
Cumplida ya su condena,
Antes de asomar el rostro
Paga a la madre en dolores
Lo que ella le dio en sofocos.
Si no tiene vocación
De trapense o de jerónimo,
Él mismo rompe la celda
Que le servía de estorbo.
Si la vida motilona
De aquel antro cenagoso
Le era grata, se resiste
A dejar el refectorio.
Pero ¡inútil resistencia;
Que con furor demagogo
Le exclaustra, mal de su grado,
El comadrón antropófago!
Revuelto como tortilla
Y amasado como bollo,
¡Feliz si de tal maniobra
No sale tullido o cojo!
Pero demos de barato
Que salga ileso el pimpollo
Y naturaleza próvida
Triunfe del barbero indocto.
¡Oíd al nieto de Adán
Cómo en destemplado lloro
Maldice el funesto don
De vivir entre nosotros!
Su vida desde el Oriente
Es inaguantable potro,
Y si supiera quejarse
Le escucharían los sordos.
Uno le quita la caspa;
Otro le limpia el meconio;
Aquí apósitos y vendas;
Acullá unturas y polvos.
¡Qué de friegas y estirones,
Qué de frotes y de sobos
De la cabeza a los pies
Y desde la mano al hombro!
Piensa descansar el mísero
Después de mondo y lirondo;
Mas de mayores tormentos
Aquél ha sido el exordio.
Ahora comienza el suplicio
Del consabido envoltorio
Que oprime sus coyunturas
Y estruja sus hipocondrios.
Metedores y pañales,
Mantillas, chambras y gorros,
Con una y otra corteza
Cobijan el débil tronco;
Y al fajarle el operario
Tal vez le disloca un codo
O con agudo alfiler
Pincha al indefenso rorro;
Y sobre prensarlo tanto
Le dan vueltas como a un torno;
Que no sé cómo no vuelven
Al pobre muchacho loco.
Por fin, menos semejante
Al hombre, de que es retoño,
Que al cilindro de una máquina
O a una colmena de corcho,
Chupa voraz de su madre
Los túrgidos promontorios,
Y breve tregua a su llanto
Da el suculento calostro.
Entre tanto, veinte brujas
Formando gárrulo coro
Bendicen (¡otra les queda!)
El fruto del matrimonio.
¡Oh qué linda criatura!
Dice fulana: es un rollo
De manteca. ¡Dios le libre
De viruelas y mal de ojo!
Otra en tono de sibila
Hace inspirada su horóscopo
Y larga vida le anuncia
Con montes de plata y oro.
Otra exclama: Se parece
Lo mismo que un huevo a otro
A su papá, y el papá
No cabe en sí de alborozo.
Pero quizá, aunque sonríe
Y dice en público «apoyo»,
Tiene el padrino razones
Para pensar de otro modo.
No lamento lo que sufro
En el acto meritorio
Del bautismo; que me precio
De ser cristiano ortodoxo;
Pero cuando siente el párvulo
Sobre su cabeza el chorro
Y en su boca el sal sapientiae,
Que no le sabe a bizcocho,
Tal vez (¡humana miseria!)
Se obstinaría en ser moro
Si al oír vis baptizare
Fuese él quien dijera «volo».
¿Y quién, ¡ay Dios! enumera
Las dolencias y soponcios
Que mortifican al nene
Entre lágrimas y mocos?
Hoy le aflige la alfombrilla;
Mañana el usagre hediondo;
Otro día el sarampión
Le convierte en fiero monstruo.
A cada diente que asoma
Le atacan pujos y vómitos,
Y tal vez males ajenos
Se le agregan a los propios;
Que si antes de descubrirse
El americano golfo
El pecado original
Era, aunque grave, uno solo;
¡Hoy son dos!...; y ¡vive Cristo
Que hizo España buen negocio
Quedándose con la peste
Y perdiendo el territorio!
Sin consultar (¡angelito!)
Su paladar ni su estómago,
Antes de cumplido el año
Llenan su cuerpo de bodrio,
Y antes que adquieran sus miembros
El preciso desarrollo
Le desnudan de mantillas
Para vestirle de corto.
Mas no por eso el menguado
Respira con desahogo;
Que su pulmón deterioran
Los andadores diabólicos;
Y cuando de ellos le alivian,
Si con afán engañoso
Para librarse del yugo
Hace pinitos heroicos,
Cada paso es un peligro,
Cada mueble es un escollo;
Que sus pies son de manteca
Y su cabeza de plomo.
Por fin, a fuerza de días
Y coscorrones de a folio,
Logra andar la criatura
Sin necesitar socorro,
Y su labio balbuciente,
Menos precoz que el de un loro,
Articula a los tres años
Papa, teta, mama y chocho;
No sin que antes las comadres,
Interpretando su tosco
Guirigay, al rudo niño
Levanten mil testimonios.
Hasta en los mismos halagos
Y caricias y piropos
Que le tributan, ¡ay! pasa
Las penas del purgatorio.
Objeto de diversión,
Como puede serlo un mono,
Para vecinas lechuzas
Y aduladores ociosos,
Le hacen reír cuando llora,
O turbando su reposo
Cuando mamara o durmiera
Le hacen bailar como trompo.
Llamándole serafín
Le aturden con su alboroto
Y el amor con que le besan
Tiene apariencias de encono.
Uno al cutis infantil
Aplica el suyo cerdoso;
Otro le inspira su aliento,
Que no huele a cinamomo;
Otra vieja fementida,
Mostrando insolente pólipo
En su alevosa nariz,
Que parece un sable corvo...
¡No más, impía canalla!
¡No con vuestro impuro soplo
Sequéis en flor ese vástago
Que acariciaba Favonio!
Pero ¿qué diré, ¡infeliz!
Si a falta de madre (¡oh tósigo!)
Te cría bestial pasiega
O la madre de algún choto?
¿Qué diré, si te condenan
A la congoja, al engorro
De chupar los biberones
Aspirantes de Ibarrondo?
¿Qué diré, en fin, si hacinado
En una casa de expósitos
Lloras de ignorada madre
El criminal abandono?
Si al hambre y la desnudez
Sobrevives, suyo el gozo,
Suyo habrá sido el pecado,
¡Y tuyo será el oprobio!
Y exclamarán todavía:
¡Dichosa edad! los filósofos...
O nunca fueron chiquillos,
O siempre han sido unos tontos.

autógrafo

Manuel Bretón de los Herreros


«La vida del hombre»
I


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