LA PUBERTAD
—Madre, ¿qué llama oculta
Circula por mis venas
Que al paso que me halaga
Me aflige y desespera?
Hechizos son, ¡ay triste!
Que en ponzoñosa yerba
Recelo me haya dado
La encantadora Lesbia.
Mas ¿cómo, si la vida
Me abruma y me atormenta,
Jamás me ha parecido
Tan plácida y tan bella?
Si tú culpas al tiempo
Porque rápido vuela,
¿Cómo yo desolada
Maldigo su pereza?
Tú empero ya a la tumba
La débil planta llevas;
Y yo respiro el aura
De dulce primavera.
Enigmas son, oh madre,
Mis gozos y mis penas.
Descífralos, te ruego;
Mi lloro te conmueva.
Ayer entre las niñas
Al son de muelle avena
Gozosa, infatigable
Danzaba en la floresta.
La rosa nacarada
En mi cabello presa,
La poma aún no madura
De la vecina huerta,
La risa, la algazara,
La cinta, la pandera...;
No más apetecía
Mi cándida inocencia.
Hoy los pueriles juegos
Mi corazón desdeña,
Y no sé qué me pide,
Que de latir no cesa.
Y en tanto que a las niñas
Lanzo de mí soberbia,
Las adultas zagalas
Me esquivan, me desprecian.
Si algún pastor me mira,
Me turba y me enajena,
Y a mi despecho clavo
Los ojos en la tierra.
Si me habla lisonjero,
Si la mano me estrecha,
Yo tiemblo, y mis mejillas
Colora la vergüenza.
¿Qué crimen ignorado,
cuál desdicha acerba
De día me acongoja,
De noche me desvela?
Repíteme incesante
Aquí una voz secreta:
Para el placer naciste,
Donosa zagaleja.
Y del placer en tanto
La prometida senda
Natura a mis afanes
Cubre de opaca niebla.
Así a los trece mayos
Triste, llorosa, inquieta,
Razona con su madre
La niña Galatea.
Calla la adusta anciana;
La niña se impacienta;
Y Tirso más piadoso
La instruye y la consuela.
Manuel Bretón de los Herreros