¡SALGAMOS DE MADRID!
Si es verdad, mi dulce Flérida,
Que tu corazón angélico
Corresponde al fuego plácido
Con que te amo hasta los tuétanos,
Sube conmigo a la góndola
Y caminito de Arévalo
De Madrid salgamos prófugos:
Que es pueblo dañino y pérfido.
Rápidos como la pólvora
Huyamos del vulgo tétrico
De poetillas misántropos,
Plañidores y epilépticos,
Que, maldiciendo sacrílegos
Del buen Horacio y su método,
Llaman talento a la crápula
Y creación al retruécano,
E invocando al hondo Tártaro
Con chirridos de murciélago,
Fulminan rudas apóstrofes
Contra el pobre humano género;
Que apenas pasiega bárbara
Los emancipa del cuévano,
Pesa la vida en sus vértebras
Como el Etna sobre Encélado.
Huyamos del Judas íntimo
Que al amigo franco y crédulo
Prodiga falaces ósculos
Y después le quita el crédito.
No oigamos la necia cháchara
De aquel orador acéfalo,
Que presume de Demóstenes
Y no sabe los pretéritos.
Huyamos de esos apóstatas
Que gritando a ignaro séquito:
«¡Viva la patria y su código!...»,
La venden después a Wellington.
Un ¡adiós!, y sea el último,
A esa caterva de médicos
Que si visitan diez prójimos
Dan con los nueve en el féretro;
Y al que la echó de demócrata,
Y hoy con sus estafas, émulo
De ricos-hombres y príncipes,
Arrastra carrozas de ébano;
¡Y niega un pan a los míseros
En cuyos hombros intrépidos
Se alzó a grandeza ridícula
muy superior a su mérito!
¡Fuego al proyectista trápala
A quien das el oro inédito,
Fiado en sus lindos cálculos
Que pintan seguro el éxito!;
Y luego figura pérdidas
En la bolsa o en el piélago.
Y sólo cobras en lágrimas
El capital y los réditos.
¡Maldición al vil hipócrita
Que bajo exterior ascético
Cubre la avaricia escuálida
Con que despoja a los huérfanos!
No más Madrid; que su atmósfera
Impregnan vapores fétidos,
Y es laberinto de crímenes
Más confuso que el de Dédalo.
¿Qué importa a placeres frívolos
Renunciar? Sin tanto estrépito
Podemos vivir más prósperos
En cualquier parte...; en Cintruénigo.
Bástanos cabaña rústica
Bajo limpio sol benéfico
Donde nuestro amor sin límites
Nunca desmaye decrépito;
Y bajo los verdes árboles
Oler de la rosa el pétalo
Y oír a la viuda tórtola
Fiar sus quejas al Céfiro;
O a la mariposa aligera
Perseguir con vano anhélito
De la clavellina al pámpano
Y del tomillo al orégano;
Y así en ventura recíproca,
Sin enemigos malévolos,
Con serenidad de espíritu
Llegar de la vida al término.
Manuel Bretón de los Herreros