ALIATAR
No soy, alevosa Zaida
Que el rayo de Alá confunda,
No soy el galán preciado
Que esperas entre esas murtas.
Soy Aliatar el terrible.
Aquí penetró mi furia
Al torpe esclavo comprando
Que no te sirve y te adula.
Soy el que sabe blandir
En el campo el asta ruda,
Mejor que decir requiebros
A engreídas hermosuras.
En tanto que ese doncel
Su laúd de cedro pulsa,
O reposa en blando sueño
Sobre almohadas de pluma,
Yo visto el arnés luciente,
Yo duermo en la peña dura,
Y ni temo a mis contrarios
Ni del tiempo las injurias.
Mis galas son mis trofeos,
Mi renombre es mi fortuna,
Y mis blasones el luto
De la castellana turba.
¿Qué vale al rival indigno
Que tu cariño me usurpa
La pompa de sus riquezas
Y el orgullo de su cuna?
Aunque de Tarif viniera
O bien del ínclito Muza,
Que voló de palma en palma
Desde Cádiz hasta Ampurias;
¿Qué es un moro afeminado
Que no lidia, y se perfuma,
Y sólo es grande en el nombre,
Y sólo entre damas triunfa?
No es noble..., ni moro aquel
Que en el ocio se sepulta,
Y las gloriosas cenizas
De sus mayores injuria.
Lo es el valiente adalid
Que alcanza en hórrida lucha,
Si no inmarcesible palma,
Generosa sepultura.
Acuérdome por mi daño
(Que también la suerte injusta
Da a un infeliz la memoria
Para colmar su amargura),
Acuérdome que al partir
A las márgenes del Júcar
Contra la hueste enemiga
Que marchaba sobre Murcia,
Entre sollozos amargos
Que tu perfidia me ocultan,
Y estrechándome a tu seno
Albergue de la impostura,
«Guárdete Alá, me dijiste.
Nuevos timbres acumula,
Y torna, Aliatar, si es dable,
Más digno de mi ternura.
Adiós. Ya suena la trompa.
Aunque me mate la angustia,
No tu vida entre mis brazos
Inerte pase y oscura.
Mas por mis ojos te ruego,
Que en sus lágrimas te inundan,
Y por el tierno cariño
Que nuestros días endulza,
Guardes tu vida, Aliatar;
Que si una acerada punta
A muerte abriere tu pecho,
También la mía apresura».
Tal dijiste, y me enlazaron
Tus manos banda purpúrea
Con ingeniosos emblemas
De amor y constancia mutua.
Y yo la besé mil veces,
¡Oh, mal haya mi locura!
Y en más la precié que el mando
De las tropas andaluzas.
Parto; y los cristianos tiemblan
No bien la fama divulga
Que los llanos de Gandía
Mis escuadrones saludan.
Empero a la lid se aprestan,
Y aunque su ruina procuran,
No sé si honor o despecho
Rémora fue de su fuga.
No es tan formidable el rayo
Que horrendo estrépito anuncia,
Ni el huracán mugidor
Que un roble y otro derrumba,
Cual en mi mano triunfante
La cimitarra desnuda,
Que abría al godo infeliz
En cada golpe una tumba.
El bravo muere; el cobarde
En los montes se refugia.
No hay resistir a un acero
Que patria y amor aguzan.
Mas no vencí sin mi sangre;
Que valerosa y robusta
Herirme logró la mano
De Álvar Núñez el de Asturias.
Si es causa de tu mudanza,
Mujer aleve y perjura,
La reciente cicatriz
Que la mejilla me cruza;
Sabe que Zora y Arlaja
La llamaron honra suya,
Porque mi fama engrandece
Si mi rostro desfigura.
Arlaja que a mi desvío
Mal su pesar disimula,
Aunque en belleza y donaire
No ceda a ti ni a ninguna.
¿Callas, Zaida? ¿De tu labio
No merezco una disculpa?
Fementida, ese silencio
Más me irrita y más te acusa.
¡No ha de triunfar mi enemigo,
Por el sol que nos alumbra!
Yo lavaré mi baldón
En su sangre y en la tuya.
Dijo Aliatar, y furioso
Punzante almarada empuña,
Y fuego sus ojos brotan,
Su labio rabiosa espuma.
Mas súbito arrepentido;
(Que no alberga un alma cruda,
Bien que vio la luz primera
En las playas de Getulia),
La espalda torna al peligro
Donde su gloria fluctúa,
Arroja banda y puñal
Y a la venganza renuncia.
Quédate para quien eres,
Exclamó, y en vil coyunda
El vil que te ha merecido
Tus votos infames cumpla;
Que yo vuelo, pues el alba
Ya corona las alturas,
A acrecentar los laureles
Que la frente me circundan.
Parte; presuroso monta
Sobre un morcillo de Osuna,
Y a larga brida se aleja
Por el camino de Andújar.
Manuel Bretón de los Herreros