MI SEÑORA
La pasión no me alucina,
Aunque el alma me encadena,
No es el de Venus ciprina
El rostro de mi morena.
No así lo esculpiera Fidias,
No así lo pintara Apeles;...
Y arde en amores y envidias
A zagalas y donceles.
¿Por qué? Porque en cada hora
Muestra una gracia distinta,
Y aquel brío que enamora
Ni se esculpe ni se pinta.
Esas caras de modelo,
Donde no hay sal ni pimienta,
Son meloso caramelo
Que empalaga y no alimenta.
Una hermosura sin pero
Tan neciamente se engríe,
Que por no hacer un puchero
Ni llora jamás ni ríe.
Es una deidad radiante
Cuya alma reposa en calma,
O su celeste semblante
No es el espejo del alma.
Es con gesto peregrino
La estatua de Prometeo
Antes que el fuego divino
Robase al carro febeo.
Hay bellas caras que son
Bellas tan de buena fe,
Que toda su perfección
De una ojeada se ve;
Y como son un portento
En su estado natural,
O no han de hacer movimiento
O les asienta muy mal.
Reniego de una mujer,
Aunque aventaje a Diana,
Si es hoy lo mismo que ayer
Y como hoy será mañana.
Mas la faz de mi señora
Sin temer al sol ni al aire,
Se renueva y me enamora
Cada vez con más donaire.
Si un rasgo es menos perfecto,
De otro aumenta el incentivo;
Y tal vez sobre un defecto
Amanece un atractivo.
En vano lo miro atento.
Ya le enrojece el pudor;
Ya le dilata el contento;
Ya le desmaya el amor.
¿Y habrá pluma que encarezca
Aquel hoyo picarillo,
Ya en la barbilla aparezca,
Ya lo dibuje un carrillo?
Así con sola una dama,
Si bien ajusto la cuenta,
Me da Amor en panorama
Los hechizos de cincuenta.
Y sobre prendas tan raras,
Otra mayor atesora.
—¿Cuál? —Con tener tantas caras,
No es mudable ni traidora.
Manuel Bretón de los Herreros