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EL ANÓNIMO

Aborto infame de la negra envidia,
Yo te maldigo, Anónimo  cobarde,
Pérfido aun a ti mismo en tu perfidia;

  Que nunca de tu triunfo harás alarde,
O dejas de existir si el hondo arcano
Ve a tu pesar la luz temprano o tarde.

  ¡Y Dios permite que felón villano
Con ingrata labor la pluma fuerce
Contra el usado giro de la mano!

  Mas quien péñola y mano así refuerce
Harto muestra el atroz remordimiento
Con que su industria tenebrosa ejerce.

  ¡Triste el placer que nace en el tormento!
¡Miserable el artífice que duda
Si le herirá rebelde el instrumento!

  Con estéril afán trasnocha y suda;
Y en calma yace el indefenso blanco,
¡Y él tiembla al disparar flecha sañuda!

  Si la cara mostrase al aire franco
Pudiera ser que, en pago del insulto,
Del brazo aleve se quedase manco.

  Bien hace si no fía en el indulto;
Mas ni en el mal que avieso premedita
Deleitarse podrá guardando el bulto;

  Luego es tradición inútil y gratuita
La suya, y revolcándose en el cieno
El reptil de más noble se acredita;

  Que cuando muerde descuidado seno
Suya es la lengua al fin con que iracundo
Filtra en la humana sangre su veneno;

  Y tras de un picotazo da el segundo,
Y en buena lid la indignación arrostra
De quien puede aplastar su cuerpo inmundo.

  ¡Hombre que hoy se empareda cual la ostra
Para herir a mansalva a un individuo,
Mañana ante sus pies la frente postra;

  ¡Y torpe histrión y adulador asiduo
Mientras aguza el ponzoñoso dardo
Mendiga de sus platos el residuo!

  Por dicha ya el Anónimo  bastardo
Tanto su filo embota con el uso
Que semeja a la espada de Bernardo.

  Si uno al leerlo se acongoja iluso,
Arrojándolo al sucio basurero
Ciento se mofan del libelo intruso.

  No en dar con un papel tósigo fiero
El ocio engaña, no, quien fuerza y brío
Tiene para asestar golpe certero.

  Mas tal a quien no da calor ni frío
De enemigo tan cauto en su ojeriza
El necio y jactancioso desafío;

    Tal a quien no acobarda una paliza
Mientras sólo en torcidos caracteres
Su adversario traidor la simboliza,

  Si indigno soplo amarga sus placeres,
Tiembla y en cada informe garrapato
Le punzan mil agudos alfileres.

  ¿Quién duerme en paz si en suculento plato
Teme que seducido el cocinero
Le aderece un funesto asesinato?

  ¿Quién si le obliga el delator artero
A confundir misántropo y adusto
Al amigo falaz con el sincero?

  Poetas que inventáis a vuestro gusto
De las Danaides el botijo roto,
Y el potro, que no lecho, de Procusto;

  Los que movido habéis tanto alboroto
Con el buitre que saja a Prometeo
En presencia de Láquesis y Cloto;

  Decidme si no es digno del Leteo
El horrible suplicio de que os hablo...,
Amén del real que cuesta en el correo.

  ¡Y Dante  te olvidó siendo del diablo
Obra maestra, Anónimo  precito!
Vale todo un infierno este vocablo.

  ¡Y no hay ley que prevenga tal delito!
¡Y no hay para el bribón que lo perpetra
Un asno, una coroza, un sambenito!

  Portador de un embuste en cada letra,
Más daño hace tal vez que guerra o fuego
En la casa infeliz donde penetra.

  «Podré ahuyentar su dicha y su sosiego»,
Diría un embozado libelista,
Si osara hablar; «mas ¿con embustes? Niego.

  »Larga es de los Anónimos  la lista
En que se miente a roso y a velloso;
Mas yo de la verdad sigo la pista.

  »Decirla es sin embargo peligroso,
Y al débil, si el Anónimo condenas,
Entregas a merced del poderoso».

  ¡Error! Ni aquí, ni en Roma, ni en Atenas,
Ni ayer, ni hoy, ni jamás el oprimido
Ha roto con pasquines sus cadenas;

  Que, o no llegan del déspota al oído,
O entre el fausto y la crápula insolente
Los sentencia al desprecio y al olvido.

  Pregunta a aquel esguízaro valiente
Que de Gesler  el gorro escarneciendo
El yugo sacudió de Austria potente;

  Pregunta al siciliano que tremendo
Al resonar el consabido salmo
Hízole coro con marcial estruendo;

  Y a aquel que, convertido por ensalmo
De idiota en héroe, al violador Tarquino
No dejó del imperio un solo palmo;

  Pregúntales si Anónimo  mezquino
El arma ignoble fue con que su diestra
Abrió a la libertad ancho camino.

  Cuando a la luz del hielo no se muestra,
La verdad, hija suya, se denigra.
O calla, o sal osado a la palestra.

  No la ama, no, quien vergonzante y pigra
La arrastra por vereda tortuosa
Pensando en si peligra o no peligra.

  La verdad verdadera es animosa,
Manteos de murciélago rehúsa
Y a la escuela no va de la raposa.

  ¡Pícaro siglo que de todo abusa!
Su faz ostenta la procaz mentira,
¿Y la santa verdad irá a la inclusa?

  «Pero el amor del bien tal vez inspira
Esa cautela que tan rudo acento
Hoy arranca a las cuerdas de tu lira.

  »Tal vez una verdad dicha con tiento
Excusa al hombre honrado una desgracia
Y consigue de un tuno el escarmiento.

    »¿Culparás que mi anónima  eficacia
De un contador voraz liberte al fisco
Por él robado con impune audacia?

  »¿No quitaré la máscara a Francisco,
Que siendo un malhechor de tomo y lomo
Ve alzar a su virtud  un obelisco?

  »¿He de sufrir que el cándido Jeromo
Tanto alabe a su púdica  consorte,
Si sé que se la pega y cuándo y cómo?»

  ¡Oh! ¿Y sabes si denuncias en la corte
Las rapiñas de lobo financiero
A quien un tanto cobra del importe?

  Si el pueblo a algún malvado trapacero
Estatuas funde y monumentos labra
Cual Roma un día a Tito y a Severo,

  Calla y déjalo estar, hijo de cabra;
Que hoy a un ídolo humilla el incensario...,
Y mañana con él le descalabra;

  Y, pues que tenga alguno es necesario,
Quizá, en el cambio pierda más que gane
Si Juan releva a Pedro en el santuario.

  Y ¿qué te importa a ti, cabeza inane,
Que, aunque la suya acuse a don Sempronio,
Con su ventura conyugal se ufane?

  Pues ¿no ves, amanuense del demonio,
Que o da golpe cruel o golpe en vago
Quien se mete a infernar un matrimonio?

  Sabe o no un marido que el halago
De su mujer le usurpa un mozalbete
Mientras él hace viajes a Buitrago;

  Si lo sabe (y de diez lo saben siete),
Pierdes papel y tiempo; si lo ignora,
Le asesina tu anónimo  billete.

  ¡Al abrir él los ojos en mal hora
Caerá de su beato Paraíso...,
Y no se enmendará la pecadora!

  Que rete a su rival será preciso;
No sin pena tal vez, porque es amable
Si los hay en el mundo el don Narciso.

  Y como barco sin timón ni cable
En mar bravío, sin defensa, ¡oh grima!
Su busto entrega al enemigo sable;

  Que él lego, y el galán docto en la esgrima,
Bien puede ser que, amén del cornificio,
Horrendo chirlo en la nariz le imprima.

  Y enredado en los trámites de un juicio
Él sufrirá la pública chacota
Antes que ella la pena de su vicio.

  Y en vano, en vano su indeleble nota
Pretenderá borrar el desdichado
Con autos de la Audiencia o de la Rota.

  «Días ha con el dedo señalado
A jovial cuchicheo daba asunto
En teatro y café, tertulia y Prado».

  ¿Y qué? La misma mella que a un difunto
Le hacía, venturoso en su ignorancia,
Servir de mofa al universo junto.

  Tal vez con inocente petulancia,
Satirizando él mismo a sus cofrades,
Convertía las pullas en sustancia.

  Cuando de error tan dulce le disuades,
A pretexto de hacerle un beneficio
Cometes la mayor de las maldades.

  ¡Ay! ¿No es triste merced, flaco servicio,
Excitarle a dudar si el predilecto
Benjamín es auténtico o ficticio?

  Le oyes clamar don paternal afecto:
«¡Qué mono! ¡Un serafín!... ¡He aquí mi obra!
¡Su rostro no desmiente al arquitecto!»

  ¿Y no te duele su mortal zozobra
Si, por ti descubierta la maraña,
Pierde esa fe que nunca se recobra?

  Es caridad, ¡por Cristo!, bien extraña
Hacerle ver que le semeja el niño
Cual se parece un huevo a una castaña.

  Ni a lastimarme del papá  me ciño.
¿No consideras que el muchacho tiene,
Si uno en el nombre, dos en el cariño?

  No un soplo que sus días envenene
Saque por tu oficiosa tontería
De su dichoso engaño al pobre nene.

  ¡Ay! de rubor su frente no cubría
Amando al sandio padre putativo;
Que su puro candor salvo le hacía.

  Pero ¡trocar por él, chivo o no chivo,
Otro que, aunque en secreto lo declare,
Por tal no consta en parroquial archivo!...

  Y, como el hombre al fin no es el que pare,
Caviloso quizá no le prohíje
Y en su triste orfandad le desampare.

  Con harta causa el mísero se aflige.
Ayer, ¡oh peripecia! tanto mimo;
Y hoy ¿a quién colgaremos este dije?

  Vuelvo al papá  y el vástago suprimo.
¿No tiemblas al pensar que el sustituto
Era también su tutelar arrimo?

  ¿Qué olivar ni qué viña dio más fruto
Al sudor del colono que su boda?
¿Por qué llegó a intendente siendo un bruto?

  ¿Quién hizo de su casa una pagoda,
Con tanta y tanta ofrenda enriquecida,
Y a su mujer la reina de la moda?

  «¡Ay, dirá con conatos de suicida,
Confunda Dios al temerario amigo
Que rasguñó esta carta aborrecida!

  »¿Qué le hice yo para chocar conmigo?
Abrevado de penas y sonrojos,
De culpa ajena sufriré el castigo.

  »Si es tarde ya para poner cerrojos
mi robado honor, ¿por qué la venda
¡Sólo para llorar! rompen mis ojos?»

  O bien, siguiendo la trillada senda,
Al chisme y al chismoso hará una higa
Por no perder tan cómoda prebenda.

  Así, menguado fruto de tu intriga
Siempre habrás de sacar, pues es forzoso
Que el lector te desprecie o te maldiga.

  ¡Quién te dijera que instrumento odioso
Fuese, oh Cadmo, a un traidor de vil ralea
El arte que inventaste prodigioso!...

  ¡Y aún quieres achacar acción tan fea
A falso amor del bien! Mientes, canalla;
No cabe en ti tan generosa idea.

  Cuando tu falsa indignación estalla
Contra aquel aduanero que escamota
Cien fardos de tabaco y de quincalla,

  Su vacante codicias, mal patriota,
Y no el bien del Estado te propones
Sino agotar la mina que él explota.

  Al poderoso injurian tus renglones
Porque acaso anhelaste su privanza
Y él te echó de su casa a puntillones.

  Bajo, vil y soez en tu venganza,
Denuncias la flaqueza de Belisa
Porque frustró tu lúbrica esperanza;

  Y osado fuera un hombre de tu guisa
A vulnerar con falso testimonio
Timbres de Porcia lauros de Artemisa.

  Otra vez y otras mil doite al demonio,
Sierpe de tinta, anónimo  libelo,
Y quien no te abomine es un bolonio.

  Arte que no inventara Maquiavelo,
Yo a las mayores plagas te comparo
Que fulmina la cólera del Cielo.

  Impalpable, invisible, el gesto avaro
Tu ruin adepto esconde; y ¿qué sibila
Nos dirá si es Crisóstomo o Jenaro?

  Así hasta Gibraltar desde Manila
Vuela en miasma sutil hórrida peste
Que jóvenes y viejos aniquila;

    Así el Céfiro blando del Oeste
Súbito cede al ímpetu del Noto
Que a conjurar no basta el arcipreste;

  Y así, en fin, por sendero oscuro, ignoto,
Mientras incauto el hombre se solaza,
Lleva su sorda zapa el terremoto
Que ciudades y montes despedaza.

autógrafo

Manuel Bretón de los Herreros


«Sátiras»
IX


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