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LOS MALOS ACTORES

[...] Male si mandata loqueris,
aut dormitabo, aut ridebo.


Horacio.

  También a ti, farsante rutinero,
Ya púrpura, ya jerga te cobije,
También a ti satirizarte quiero.

  También tu corrección el pueblo exige;
Que no es suya la culpa si a la escena
Amarga soledad hogaño aflige;

  Que si bien en su bolsa ya no suena
Omnipotente el oro cual solía,
Gracias se den al Támesis y al Sena,

  No de Terencio el arte esquivaría
Si la torpe desidia y la ignorancia
No apresurasen tanto su agonía;

  Si en lugar de grotesca extravagancia
Campasen el donaire y el talento;
Si callase la ruda petulancia.

  Yo, cuya pluma, con el noble intento
De vengar los ultrajes de Talía,
Aunque quizá fue vano atrevimiento,

  A la terca y fatal melomanía
Un día vapuló, que intolerante
A Inarco y a Alarcón escarnecía,

  ¿Cómo negar que al coro y al andante,
Y al tiple y al tenor y al duettino
Melpómene sucumbe vergonzante?

  ¿Ni cómo negaré que en el camino
Del hospital han puesto a los actores
Tanto poeta ruin, tanto pollino?

  ¿Cómo negar que zafios traductores
El buen gusto y la lengua corrompiendo
Profanan sin cesar los bastidores?

  ¿Cómo negar que el melodrama horrendo
De uno y otro corral crudo tirano
Sólo se opone al forte  y al crescendo?

  «¿Y por qué he de escribir en castellano,
Me dirá algún autor, si mato el hambre
Con exótico drama chabacano?

  »Si a la seda prefieren el estambre,
¿Cómo derrotará sólo un ingenio
De tanto moscardón el fiero enjambre?

  »¿Quién, pues no sé adular, quién el proscenio
A mi humillado numen abriría
Aunque escribiera yo como Celenio?»

  ¡Oh tiempos! ¡Oh infelice poesía,
Por la pobreza sólo cultivada
Y más pobre en España cada día!

  ¡Oh suerte!... Mas alguna inocentada
Quizá voy a decir. Punto y aparte.
Volvamos a la zurra comenzada.

  Actor, si está en descrédito tu arte,
Aunque tuyo no sea el crimen todo,
Vive Dios que te toca mucha parte.

  Mas ya me da un amigo con el codo
Y exclama: «¡Tú a los cómicos te atreves!
¿Qué intentas, temerario? ¿Estás beodo?

  «¡Ah, que enemigos mil fieros y aleves
Que maldigan tus versos te acarreas
Si la teatral república conmueves!

  »¡Qué de quejas después, qué de peleas!
Y ¡ay de ti si se amoscan las actrices!
Quiera Dios que arañado no te veas.

  »¡Pobres gentes! ¿No son harto infelices?
Déjalos respirar. ¿En qué te ofenden
Para que así, cruel, los martirices?»

  ¡Y, qué!, respondo yo, desde que emprenden
Su independiente y cómodo ejercicio
A todo el mundo mofan y reprenden;

  No hay un solo rincón, no hay un resquicio
Desde el alcázar regio hasta la choza
Que de su azote esconda al negro vicio;

  Ora al señor que en maltratar se goza
Al fámulo cuitado, ora escarmientan
Al sucio avaro, a la liviana moza;

  Ora los cuernos de don Gil ostentan
En el inmundo y bárbaro sainete
Que con mengua de Apolo representan;

  Al honrado alguacil llaman corchete,
Garduña al escribano respetable,
Al barbero chismoso y alcahuete,

  Al médico asesino abominable,
Al ventero ladrón (¡qué atrevimiento!)
Frívola bestia al pisaverde amable;

  Y por colmo de horror... Aquí mi aliento
Desmaya. ¡Oh santo Dios! ¡Hasta al poeta
Qué les da de comer llaman hambriento!!!..

  Por poco que frecuente la luneta
O asista a la modesta galería,
¿Quién no teme el rigor de su palmeta?

  Cuando ejercen tan dura tiranía
Y el pueblo por sufrirla da dinero,
Y la aplaude tal vez con alegría,

  ¿No es muy justo que el látigo severo
De la sátira al fin consuele al mundo,
Pues de ella no les salva humano fuero?

  Ni su vida privada furibundo
A censurar me arrojo; no, a fe mía.
En su arte solo mi censura fundo.

  A todos Lucifer nos extravía;
Mortales somos todos, y... Acabemos.
Yo no soy celador de policía.

  Si los peligros de su estado vemos,
Acaso en su conducta más materia
De elogio que de culpa encontraremos.

  ¡Cuántos murmuran de ellos en Iberia
Que habrían de esconderse en los desvanes
Si sus trapos sacasen a la feria!

  Hay hombres deslenguados y holgazanes
Que en pasar a cuchillo se divierten
Damas, graciosos, barbas y galanes.

  ¡Cuántos, porque a Dorila no pervierten,
En su buena opinión (¡soez venganza!)
De vil calumnia la ponzoña vierten!

  ¡Cuántos!... Callad, callad, lenguas de lanza,
O distinguid al menos del vicioso
A los que dignos fueren de alabanza.

  Silba al actor, oh vulgo caprichoso;
Sílbale, si es ramplón desaplicado;
Mas no al hombre  persigas malicioso.

  Nadie negarte puede que has comprado
De bufar y aplaudir el privilegio;
Mas tu imperio no pasa del tablado.

  Silba a aquel que, cual niño de colegio,
Su papel balbuciendo deletrea
Y ensarta en cada voz un sacrilegio.

  Silba al otro que en torno manotea
Cual si importuna mosca le picara
la esgrima enseñase a la platea.

  Silba a aquel que, figura de mampara
Más que ser animado, nunca el sello
Muestra de las pasiones en su cara.

  O al que presume parecerme bello
Porque apoya la mano en la cintura,
La pierna estira y agarrota el cuello.

  Silba a la necia y frívola hermosura
Que a los afectos entregarse teme
Porque su lindo rostro desfigura.

  Rechifla, aunque se pudra, aunque se queme,
Al que después de hablar inmóvil queda
Y de estúpida boca abriendo un jeme;

  O al moduloso, que parece seda
Su lengua, y tanto pule que fastidia,
Y no dice el papel; que lo remeda;

  O al que estudiar no quiso por desidia,
Y si acaso le dan su merecido,
Clama después: ¡parcialidad!, ¡envidia!

  Aunque exceda en paciencia a algún marido,
¿Quién podrá ver con apacible gesto
A un comediante esclavo de su oído?

  Si el popular escarnio es tan molesto,
Si amor no tiene al arte que ejercita,
Déjelo de una vez; otro a su puesto.

  Mas ¡ah, que en vano el público se irrita
Contra impasible histrión adocenado
Que ni el víctor  le mueve, ni la grita!

  ¿Y qué diré del simple que ha soñado
Llegar al non plus ultra  del oficio
Porque una vez se vio palmoteado?

  Si el pueblo te aplaudió como a novicio,
No fue, no, aprobación; que fue indulgencia;
Ni siempre has de encontrarle tan propicio.

  «Mi padre fue galán...» ¡Qué consecuencia!
No como el virus suele emponzoñado
Se inocula a los párvulos la ciencia.

  No basta, hijo de mi alma, haber mamado
Detrás de un bastidor para endosarte
El renombre de cómico afamado.

  ¡Afuera el vano orgullo! Atarearte
Noche y día sin tregua te es forzoso
Si distinguirte quieres en el arte.

  Con la argentina voz y el talle airoso
Que natura te ha dado por hijuela
No se contenta el público ambicioso.

  Tal vez alguna insípida mozuela
De ti se prende; mas si el patio brama,
¿Qué te vale un rincón de la cazuela?

  Tampoco a ti te olvido, amable dama
Que a la luneta miras sonriendo
En el lance más crítico del drama.

  Ni al que se juzga cómico estupendo
Porque arroja el pulmón a troche y moche
Y no hay quien de su voz sufra el estruendo.

  ¿Qué importa que te aplauda algún bamboche
Por compasión tal vez; que está temblando
No cual vejiga estalles una noche?

  ¿Qué importa, si de ti va renegando
Quien sabe distinguir del talco el oro,
Del buen artista al graznador nefando?

  Otro..., (¡mala lanzada le dé un moro!)
Sólo cuenta sus cuitas a la orquesta,
Y no alzara la voz por un tesoro.

  Otro con cara tétrica, indigesta,
Aun hablando de amor regaña y grita
Si hace papel de coronada testa.

  ¡Qué! ¿No es rey el que llamas no vomita?
¡Qué! ¿Todos son Nerones y Cambises?
¡Ah! No, ni el justo cielo lo permita.

  No fue un rey bonachón el padre Anquises?
¿No supo simular sus intenciones
Con aparente dulcedumbre Ulises?

  Otro con importunas contorsiones
Cual payaso en grotesca pantomima
Piensa mover del pueblo las pasiones.

    Otro, que al compañero en poco estima,
Robándole el ganado palmoteo,
Sin dejarle acabar se le echa encima.

  Otro declama con tenaz solfeo
Que los oídos sin piedad barrena,
Si no los cierra próvido Morfeo.

  Otro en medio se clava de la escena,
Y allí quieto se está como una silla
Hasta que el mutis deseado suena.

  Otro, que más que actor parece ardilla,
Ora se quita el guante, ora se rasca;
Ya escupe, ya se atusa la golilla.

  Otro desventurado se me atasca
En dos menguados versos que le tocan;
¿Y quién conjura entonces la borrasca?

  Otros tanto y tan gordo se equivocan,
Asesinando al pueblo y al poeta,
Que de un santo la cólera provocan.

  ¿Y quién te sufre, gárrulo consueta,
Cuando regala tu pulmón robusto
Doble edición del drama a la luneta?

  Ni a ti tampoco perdonar es justo,
Actor guadaña, que el papel mutilas,
Ya mutilado por censor adusto.

  ¡Oh tú que de impiedad a cien Atilas
Pudieras dar lección!, ¿con qué derecho
Los versos que no entiendes aniquilas?

  ¿Qué te han hecho las musas, qué te han hecho,
Que arrancas a su templo tanta ofrenda?
¿Es acaso el Parnaso algún barbecho?

  ¿Qué dirías, cruel, si la merienda
Te cercenase a ti pinche golmajo?
¡Oh! Castíguete Dios con grita horrenda.

  ¡Gemid, vates, gemid! Vuestro trabajo
Vive a merced de cálamo sangriento
Que aquí da de revés, allí de tajo.

  No culpo al que de largo parlamento
(Si hablar me es dado comical idioma)
Suprime dos renglones entre ciento;

  Mas al autor consulte; que no es broma
La ajena propiedad, y mal su grado
No se atreva a sisarle ni una coma.

  Si el juicio alguna vez ha decretado
Podar eterno drama impertinente
Cual si fuera acebuche enmarañado,

  ¡Cuántas por ser un cómico indolente
Relata su papel en esqueleto!
¡Mal haya quien tal hace y tal consiente!

  Ni ha de quedar impune el indiscreto
Que absurdo grito en los apartes alza
Aunque importe mil vidas su secreto.

  Ni al paso que mi voz de otros ensalza
El decoro, el esmero, a aquel perdono
Que abigarrado viste y zafio calza.

  Ni absuelvo la impericia, el abandono
Del que en traje de persa o de fenicio
Hijo se llama del argivo trono.

  Otro adolece, en fin, de torpe vicio
Para el cual fuera dulce y lisonjero
De Prometeo el hórrido suplicio.

  ¡Aquí de tus silbidos, mosquetero!
Ya llega. ¡Duro en él! ¡Búfale! ¡Truena!
¿Quién será?... El temerario morcillero.

  Óyele ripios mil en cada escena,
Y cuál un verso y otro a su albedrío
Con sandeces sin término rellena.

  ¡Calla, insulso bufón! ¡Detente, impío!
¿Por qué el decoro escénico quebrantas?
¿Cuándo bebiste tú del sacro río?

  ¡Piedad del pobre ingenio a quien suplantas
Y pelando sus barbas de coraje
Cien veces te maldice y otras tantas!

  Con un vocablo que tu lengua encaje
¡Adiós la dulce rima, adiós el metro!
El demonio que entienda tal potaje.

  Délfico numen, abandona el cetro
O castiga a ese cínico payaso.
¡Exi foras,  profano! ¡Vade retro!

  «Si de torpes hay número no escaso
¿No hay otros, me dirán, cuya pericia
Merece bien del español Parnaso?»

  Con ellos no hablo yo. Fuera injusticia
Confundir con el sandio, el rudo, el necio
Al que honra la dramática milicia.

  Algunos hay cuya amistad aprecio,
Y aun los que el pueblo mira con enfado
A compasión me mueven, no a desprecio.

    Sí; que ningún actor nace enseñado,
Y no es moco de pavo, voto a cribas,
Gustar a gentes mil sobre un tablado.

    Y no hay preces al fin, no hay rogativas
Para aplacar a un pueblo que a su antojo
Reparte los tronchazos y los vivas.

  Ni al que nació desaborido y flojo
Mi pluma enmendará, si no le enmienda
Del formidable patio el fiero enojo.

  Ni porque yo sin caridad reprenda.
Y acá dé y acullá palos de ciego
Espero conseguir una prebenda.

  Ni el interés me incita; que si llego
A un librero chalán con mis borrones,
Seis reales me dará por cada pliego.

  No hay que glosar mis rectas intenciones.
Sólo el amor del arte me espolea,
Y a nadie insulto yo con mis sermones.

  Alguno habrá que plácido me lea,
Y acaso alguno me destine ingrato
Para envolver anís y alcaravea.

  ¿Y no seré yo un necio, un mentecato,
Si por no ser de todos aplaudido
Me atufo, me enfurezco, me arrebato?

  Y al censor que prudente y comedido
De mis versos denuncie los errores,
No es justo que yo viva agradecido?

  Pues aplíquense el cuento los actores.
Estudie el ignorante, pese a su alma,
Y procuren los buenos ser mejores;
Que no ganaron sin afán la palma
Un Maiquez, un Garrik, un Kemble, un Talma.

autógrafo

Manuel Bretón de los Herreros


«Sátiras»
VI


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