I. INTRODUCCIÓN A LA ODA
Varón callado y hembra silenciosa
me dieron la privanza de la tierra:
El último yo soy, y el que despunta.
Los hombres de mi sangre cosechaban el mar,
pero no levantaron la canción entre peces:
Junto al mar el silencio
fue sudor de sus años,
estela de sus naves
y aroma de sus muertes;
porque el silencio entonces era un gran corazón
que no debe partirse.
El Primero y el Último es mi nombre:
el último callado
y el primero que suena.
En el día sin lanzas, amasé mi canción
con un barro durable.
Se habían pronunciado las palabras:
«Toda canción es flecha de destierro».
Y en el día sin lanzas
por encima del hombro
disparé mi canción.
Fructificaba el árbol con altura de árbol
y al sol el buey mugía
con altura de buey;
pero mi voz, ¡oh, duelo!, era más alta
que mi altura de hombre.
Y la muerte del árbol
estaba más distante que la muerte del buey;
pero mi muerte ya era un fuego vivo
y era mi canto el humo de mi muerte.
(Esta canción tiene los pies de niño
y el corazón del hombre:
pie que gira en el baile de la hoguera,
corazón que redobla
en la danza del humo).
¡Qué bien pesaban en la tierra el árbol
y el hombre y sus pacientes animales!
La longitud era canción,
la latitud era canción
y era canción la altura.
Tres canciones atadas
componían el mundo
y al hombre y sus pacientes animales.
¡Oh, geometría en todo su verdor!
¡Oh, fuertes ataduras en el día sin lanzas!
Pero mi voz crecía
por sobre mi cabeza
y un nudo se soltaba en mi canción.
Leopoldo Marechal