FATALIDAD
Rogué al amor, por no verte,
que me cegara como él.
Perdí la vista y tu imagen
flotó en mi sombra más fiel.
Cansado de tus desdenes,
ensordecer le pedí.
Todo calló; mas tu acento,
seguía cantando en mí.
Al exceso de sus penas,
perdí olfato y paladar.
Mas tu aroma y mi amargura
nunca las pude borrar.
Que insensible me tornara,
fuera fácil petición,
pues mi dolor y mi vida
ya una misma cosa son.
Sólo me resta pedirle,
para alcanzar la quietud,
que me dé muerte y olvido
en anónimo ataúd.
Pero una duda me asalta
bajo esta pena fatal:
¿Y si es el alma la herida?...
¿Y si el alma es inmortal?...
Leopoldo Lugones