EL TERO
¡Tero-tero, tero-tero!...
Y fingen, rojas y alternas,
Sus aceleradas piernas
Los canutos del flautero.
¡Tero-tero!... Y así embauca
Con su propio grito iluso,
Lejos del huevo confuso
De pinta pecosa y glauca.
Todo el campo se alborota,
Y con premioso desvelo,
En un concéntrico vuelo
Ya el grito en el aire flota.
En su ala picaza oscila
El sol que al trasluz la esmalta,
Y parece que en voz alta
Se alegra la luz tranquila.
Desde el rancho, hacia el camino
Mira alguien desde la puerta,
Porque nunca desacierta
Su anuncio de buen vecino;
Que así, de noche o de día,
Siempre cerca de la casa,
Al ruido de lo que pasa
Suelta su grito a porfía.
Grito familiar que el viento
Lleva por llanos y charcas,
Aunque, según las comarcas.
Tiene distinto el acento.
Grito que al compás del ala
Va en perentorios rechazos,
Cual si espantara a cañazos
A la gente intrusa y mala.
Así, de intrépido modo
Avizoran hembra y macho,
Erguido el negro penacho,
Pronto el espolín del codo.
La gola que se le crispa,
Fugaz tornasol dilata,
Y el espolín escarlata
Adquiere un brillo de chispa.
O bien, con sagaz remusgo,
Al soslayo se agazapa,
Bajo su evasiva capa
De adecuado color musgo.
Y así vigila expedito,
Con firmeza valerosa,
Siempre claro el ojo rosa,
Pronto siempre el claro grito.
¡Tero-tero! con la aurora
Que ruboriza ese alarde.
¡Tero-tero! con la tarde
Que nubes y campos dora.
¡Tero-tero! en el estero
Que va la sombra aplomando.
Y en el plenilunio blando,
¡Tero-tero, tero-tero!...
Leopoldo Lugones