ENTRA, RAYO DE LUNA
Entra, rayo de luna, bien venido;
hace ya mucho tiempo que me faltas,
dejé abierto el balcón y sólo entraron
las sombras en mi estancia.
¡Oh ingrato compañero! Eres el mismo,
la transparente ráfaga,
la hermosa cinta de fulgor que tiene
el amarillo diáfano del ámbar.
Entra, ya no está aquí, ya no has de verla,
ya no sorprendes nada,
ya no eres indescreto, aun cuando arrojes
sobre el lecho nupcial tu luz de nácar.
Derrámate en la alfombra cual si fueras
una lluvia de escarcha;
préndete en el obscuro cortinaje
y finje un chal de plata.
¿Ves?... Todo está polvoso y descuidado;
esta tristeza espanta!...
se columpia en la clave ennegrecida
sin pájaros la jaula.
¿Ves? Sobre el tosco barandal enreda
sus marchitos estambres la campánula,
y está el rosal sin flor, ajado el lirio
y seca la albahaca.
¡Celestial indiscreto! Yo te amo;
ella también te amaba,
¡quebraste tantas veces tus reflejos
sobre su frente pensativa y casta!
Entra, ya no está aquí la niña rubia,
la soñadora pálida
que viendo tus cambiantes me decía:
es la risa de Dios en nuestra casa.
¡Oh ingrato compañero! ¡Ya no estamos
mas que tú y yo en la estancia!
pero si quieres verla, bien venido,
¡celestial indiscreto! entra a mi alma.
Luis G. Urbina