IX
Hay una Granada que vive detrás de los visillos, bajo la luz de un sol mediocre, marcada por el reloj provinciano del orgullo sin
norte. Ciudad de domingos por la mañana con ropa limpia, sábanas llenas de miedos y silencios, envidias que corren secretas por las venas del comercio pequeño y
la decencia. Todos sus habitantes tienen nobre, necesitan escandalizarse ante los televisores y aprenden a vivir en el calor de su dinero dormido.
Hay otro Granada que vive sin mirar por las ventanas, sin nombres, bajo la luz artificial de los suburbios y los grandes edificios demacrados.
Ciudad de enero por la noche, ascensores que cruzan diez pisos sin una sola palabra, hielo que se deshace y desemboca en las grandes superficies.
Los geranios no pueden comprender el significado amargo del cemento y las chaquetas de los ejecutivos se humillan en la atmósfera hambrienta de los autobuses.
Entre los dos Granadas, entre los antiguos y los solitarios, hay una tercera ciudad que quiere hacerse y busca sus relojes, el saludo de sus
habitantes, la luz de cada una de sus cuatro estaciones. Nieve cálida del Sur para el invierno, primavera de sueños
navegables, desnudo de amante libre en los veranos y la melancolía de un dibujo de Federico García Lorca en el
otoño.
Luis García Montero