¿Y SI ME LLAMASE PROMETEO?
Si Jonás no vive ahora, ahora mismo en mis humores, en mi sangre y en el barro de mis huesos que es el mismo barro primero de la
Creación, ese librito poético y sagrado de las Profesías no es más que un cuento milesio;
Si las llagas de Job no son las mías y no siguen encendidas en mi carne, ese libro dramático de las Escrituras donde grita la
lepra del mundo hasta despertar a Jehová, no es más que otra patraña patética y dialéctica;
Si yo no puedo ser la justificación, la prolongación y la corrección de Whitman (he aquí una corrección:
¡Oh Walt Whitman! Tu palabra happiness la ha borrado mi llanto), la Poesía, toda la Poesía del
mundo no es más que una canción paralítica;
Y si el gran buitre no está devorando aun mis entrañas y las de todos los poetas condenados del mundo, Prometeo fue solo un
motive griego decorative en un frontón, en una metopa... y no hubo nunca mitos.
Pero hay mitos. Hay mitos sin comienzo ni fin. En la carne del mundo se sembraron los mitos y en esa misma carne han de florecer. Porque nada se ha cumplido todavía.
Y lo que se cumpla, será pro voluntad del Viento y por efrecimiento sumiso y doloroso de la carne del hombre. Dios pondrá la luz y nosotros las lágrimas.
En el primer destello mítico del mundo estaba to; y en el milagro de la luz redentora de mañana me estoy quemando ya.
Y si puedo decir sin orgullo, yo soy el que recibe la canción, el que la sostiene y la transmite, es porque tú puedes decirlo también.
Y esto ¿quién lo ha dicho?
"Cambio de agonía como de vestidos, no le pregunto al herido cómo se siente, me convierto en el herido.
Sus llagas se hacen lívidas en mi carne mientras le observo, apoyado en mi bastón.
Ese hombre que se sienta en el banquillo y es acusado por hurto soy yo, y ese mendigo soy yo también.
Miradme, alargo el sombrero y pido vergonzosamente una limosna..."
Sí, sí, ¿Quién ha dicho esto? Esto lo ha dicho el poeta, cualquier poeta. El-embudo-y-el-Viento. Ahora lo repito yo. Y lo repito con mi carne y con mi conciencia no con mis palabras
nada más.
Y si yo soy ese ladrón que es condenado por hurto, y ese mendigo que alarga el sombrero y pide vergonzosamente una limosna,
también soy Jonás y Job y Whitman y Prometeo y un lagarto y una iguana... y muchas cosas más. Y mientras los poetas no
puedan decir esto sin orgullo ni humildad y sin que nadie se escandalice, porque no es más que un signo de presencia y
simpatía, con la angustia y la esperanza de toda la Creación, la Poesía quedará paralítica en
las manos y al arbitrio de todos los que afirman orgullosamente que su yo, con los atributos
personales y perecederos del hombre temporal, es el generador y transformador de la Poesía del mundo.
El poeta es carne encendida nada más. Y la Poesía, una llama sin tregua.
El verso anterior al mío es una antorcha que traía en la mano el poeta delantero que me buscaba, y el verso que me sigue es una
luz que está encendiendo otro en las sombras espesas de la noche, viendo mis señales.
Vuelvo a decir:
No canto la destrucción,
apoyo mi lira sobre la cresta más alta de los símbolos.
Vuelvo a gritar:
El versículo blasfemo de mis huesos leprosos hará hablar de nuevo a Jeová desde el torbellino.
Afirmo también que vengo de la sombra y de los sueños
Y si digo:
Mi canto florece en la convergencia de los mitos, puedo añadir:
Aquí estoy. ¡Miradme! Clavado en esta roca, con un buitre en el pecho.
Y ese ruido que oís no es mi lamento, son las oceánidas que me lamen los pies y humedecen mis párpados.
Sobre las aguas amargas se inclinan para salvarme las estrellas;
bajo su luz, el mar trabaja, muerde la roca, lima las cadenas...
y cuando Prometeo se levante, nuevos timoneles conducirán la quilla del Parnaso.
León Felipe