LOS MUERTOS
Los muertos mueven lentas toneladas
de tierra. Viven bajo las raíces
y de súbito crecen en los árboles
y están entre las frutas y las rosas.
Los muertos nos sacuden. Una tarde
cualquiera los sentamos a la mesa,
dialogan nuevamente con nosotros
y les decimos: —Madre, el pan es duro.
—Padre, los días tornarán mejores.
—Mujer, la soledad es una máquina
de hielos y de penas. —Ya no existen,
amigo, aquellos juegos...
Los muertos viven sobre nuestro pecho
y al avanzar a veces un pie, tiran
de nosotros y apenas si nos dejan
ir más allá de nuestra propia sombra.
Los muertos nos recorren cual si fuésemos
sus sombríos pasillos y nos cierran
con estrépito puertas y ventanas.
Somos la tierra viva de los muertos.
Nos aran con su buey azul de sombra,
nos roturan de surcos amarillos
y nos arrancan cálidas cosechas
que devoran con dientes de silencio.
Cuando queremos ser la yedra
de un cuerpo amado,
sentimos que suplantan
nuestros brazos, y estamos apretando
el amor con sus dedos de ceniza.
Sólo de cuando en cuando comprendemos
que es que somos nosotros los difuntos.
Leopoldo de Luis