VISEU - Visión
I
Tú fuiste el que encontraba a Dios en los aromas
(pero no al diablo en los hedores), hasta el día
en que un dios descendió con su divina coima
a la Sé de Viseu, al sol del claustro
y a los olfatos de humildes oledores
que andaban por allí a lo que cayese,
o pedían a las bóvedas maná que contemplar,
o zurcían exasperados la tarde
o fregaban sus suelos cada hora:
a todos vino a visitar la celestial pareja
y para todos tuvo palabras de consuelo en forma olfativa.
Honraron los cuadros de santos con su sacra atención,
y un componente del perfume en cada uno
quedó:
a cáscara de plátano en la Visitación,
a cuello considerado en San Jerónimo
más una asturia complementaria en San Cosme y San Damián.
Cuando los visitantes quisieron gratificarse con un refrigerio de ambrosía,
todo el museo se preguntaba por lo que había visto,
por lo que había olido,
y subió al cielo de Viseu, en la placidez de la tarde,
un campaneo de lección mal aprendida por devotos torpes:
«¿A qué olía? Olía a gloria:
a cuero cabelludo,
a coelho cabeludo,
a cabelo coelhudo,
a loiro cabeçudo», y fue muy poco edificante
el cisma de dos feligresas a la greña
mientras el santo se les iba al cielo
y la santa a la tierra.
II
La ciudad tiene caminos para la tierra
y paraderos para estar en alto,
abstraído por el kifi o el enigma.
Tú prefieres mirar desde intramuros
cómo desciende la divina,
cada vez más menuda en la distancia:
va a confraternizar con las mujeres de los molineros
y con las artesanas de ribera,
y hasta a beberse un vino
en las ventas que quedan a la orilla del río.
Entretanto, el sagrado
gravita junto a ti sentado en el mismo crucero,
ciegos los ojos, como las estatuas,
a todo lo que no sea su divina esencia,
y puedes disociar sus ingredientes,
tranquilo de que el dios no se dará por ofendido:
el primer componente
quiere decirte que está aquí el otoño
y no podrás parar el triste aroma
a saliva seca
que cobrarán las hojas de los árboles.
El segundo, que perderéis este olor a papel que ahora os anima
y seréis todo lo más un desfilar de naipes con su hedor
convincente
que golpea con los nudillos al pecho del olfato.
El tercero, que cantará en el puño
con voz de bajo toda mata de pelo
y habrá que conformarse si el pañuelo de seda
huele a casa de hidalgo abandonada.
III
Pero no te desconsueles: volverás a ver juntos
al hombre y la mujer divinaesencia,
juntos y sonrientes, gracejando
como fuente de vida que es el reír de los santos,
bravo de dentición, carente de márgenes,
embistiendo sin reservas el trapo del aire bueno:
te los encontrarás en los funiculares de Lisboa
(que bajan envueltos en celofán merced a sus ilusionados),
en los miracielos de Coimbra donde el río pasta tiempo,
en los disparos ocurrentes del paisaje alentejano,
y cada aparición querrá decir que dondequiera
que un olor y una luz amachambrados
den trapido al olfato,
contigo estarán ellos
haciéndote acertar
los hilos de la trenza de tu tiempo.
Luis Cañizal de la Fuente