LA GOLONDRINA
Con las golondrinas llega la primavera. Quizá qué gérmenes vitales o polvos maravillosos se traen bajo el ala, porque basta la vibración de su presencia en el aire tibio para que los almendros florezcan a rabiar. Y los ulmos, las topa-topas y hasta los tréboles de cuatro hojas. Azules y blancas, rápidas e inquietas,nunca se posan en una rama, sino en los más altos alambres del mundo. Juegan al volantín con sus cuerpos intranscendentes. Van y vienen por el aire en un trapecio celeste. Hace tiempo, un poeta chileno, de cuyo nombre no quiero acordarme, dijo que la golondrina era un pedazo de viento que casi se ha vuelto pájaro. Gustavo Adolfo Bécquer las fijó por mucho tiempo en un balcón romántico. Pero ellas no tienen orillas, son libres, inestables, peregrinas. Imposible que seres con tanta chispa adentro puedan mantenerse por mucho tiempo enclaustradas en un mismo campo, aunque ése sea literario. Ellas nacieron para evadirse, para desaparecer como el rocío o el humo.
Juvencio Valle