UN CUENTO
Mientras la tersa luna
Del espejo armonioso
Reproduce una a una
En sin igual conjunto
Las ricas gracias de tu rostro hermoso,
Quieres que el raro asunto
De un cuento entretenido
Distraiga tu indolente pensamiento.
Pues bien: sólo te pido
Que en tanto que tu vista se recrea
En el cristal por tu hermosura herido,
Me dejes meditar sólo un momento.
¡Un cuento quieres!... sea.
Te voy a complacer... Vaya de cuento.
Cuéntase que en la orilla
De un arroyo sereno,
Que al prado maravilla
Y hace que el valle ameno
Las márgenes alfombre,
Por donde paso su corriente halla;
Se abrió al viento suave
Una flor cuyo nombre
La crónica se
calla,
Probablemente porque no lo sabe.
Mas dice y asegura
Que era mucho el encanto
De su rara hermosura;
Que al sol de la mañana
Desplegaba gentil en rico manto
La ufana pompa de sus hojas bellas
De nácar y de grana,
Para mostrar en ellas
La delicada tinta,
Los pálidos
colores
Con que el otoño pinta
Sus dulces frutos y sus frescas flores.
Corre a sus pies ligera
La onda fugitiva,
Trazando lisonjera,
Con gracia encantadora,
En el cristal brillante
La limpia imagen de la flor altiva;
Mas en el mismo instante
Ella se ve y se adora,
La vanidad de su hermosura siente
Ante la gracia suma
De aquella imagen que el cristal le fragua,
Y ansiosa inclina la risueña frente;
Pero al besar la espuma
Que salta sobre el agua
Cuando más afanosa
Sobre el tallo se inclina,
De su propia hermosura codiciosa,
Con ímpetu impaciente,
Con furia repentina
Arrebató sus hojas la corriente.
Tú, luz de mi alegría,
Casta belleza en cuyos ojos arde
La claridad con que ilumina el día
Las sombras de la tarde;
Si la hermosura tu pasión provoca;
Si buscas en la luz de tu reflejo
Satisfacción tan loca,
Contémplate, mi bien, en este espejo.
José Selgas y Carrasco