EL CABALLERO DEL LUCERO
He recorrido el territorio de Elsinor para allegar noticias acerca de Ofelia. Se atreve a comparecer, durante el plenilunio, en el sitio donde perdió la vida. Allí mismo se cultivan, por mi consejo, las flores de su cabellera y las vírgenes lugareñas se abstienen de profanarlas.
Yo intentaba atravesar un puente de fresno cuando una anciana me detuvo para invitarme a seguir la jornada con mis pies. Yo faltaba a la modestia con explorar a caballo el reino hundido en la pesadumbre.
El acento metálico y frío de una trompeta me llenó de espanto. Un alférez la soplaba desde la azotea visitada por el espectro.
La anciana se retrajo de tomar en cuenta el sonido lúgubre. De otro modo, me dijo, quedaba yo cautivo en el circuito de la melancolía.
Desprendió la rama de un sauce para componer una imitación de la corona silvestre de la heroína.
Sus avisos me alejaron para siempre del ámbito de la desgracia en donde circulaba el pensamiento desesperado de Hamlet. Mi caballo debía sacarme por sí mismo y sin el gobierno de mi mano a un lugar saludable y yo me abandoné a su trote incierto. Sobresaltó con su relincho, el día siguiente, los cisnes y las cigüeñas de Copenhague.
José Antonio Ramos Sucre