EL ALUMNO DE VIOLANTE
Un ciprés enigmático domina el horizonte de mi infancia.
Yo prefería el éxtasis vespertino, me retiraba de la aldea y me perdía a voluntad en el recato de los montes. Un poder invisible me encaminaba a la presencia de unos sepulcros, a descubrir la serenidad y la esperanza en el semblante de unas imágenes de mármol.
Una sombra clemente, distinta de las figuras del miedo, me envolvía con sus agasajos y me situaba en el camino del retorno. Su faz anunciaba un dolor celeste y el ciprés de su refugio despedía el lamento de una cítara.
Yo me sumergía en un sueño libre de visiones y alcanzaba un olvido cabal.
Una virgen atenta dirigió mis primeros años con el ejemplo de sus facultades. Su canto fugitivo despertaba el júbilo de los silfos del aire. Sus dedos fáciles herían una mandolina de Francia.
Su voz cándida enajenaba mis sentidos al recorrer los episodios de un romancero. Conjuraba del limbo de mis sueños la sombra clemente y la rodeaba con el atavío de una balada legendaria.
José Antonio Ramos Sucre