LA ESPÍA
El licenciado escribe una breve novela de equivocaciones y de casos imprevistos, ocupando las demoras de una corte en donde juzga, mal remunerado y holgazán.
El licenciado no pernocta en la ciudad, sino en su contorno. Se retira a una casa de corredores largos y cámaras solemnes, revestidas de cal, agazapada en una aldea anónima. Los ingenuos lugareños reparan en la acedía de la faz.
El licenciado se repone del tedio inventando lances y percances. Imagina las ansias y las querellas de los amantes y las graba en letras indelebles. Reclina, de vez en cuando, la frente del pergamino, llena de memorias, en la mano derecha. Prolonga la faena hasta el asomo de la mañana, bajo la mortecina luz de cera.
El licenciado abandona la pluma cuando la aurora muestra su cara de moza rubicunda.
Pasa al aderezo de su persona ante un espejo de Lorena, de esplendor mustio, y cuando retira los cabellos grises, observa la calavera astuta de la muerte.
José Antonio Ramos Sucre