VISLUMBRE DEL DÍA ACIAGO
El prado fenece en una arboleda. Los vegetales, de un verde luctuoso, prosperan libremente al aire embebido, fiados al sol mortecino. Un ave friolenta, de gorjeo tenue, sube en demanda de la luz. Vuela y trina en medio de un débil esplendor blanco. Posa alguna vez sobre el techo rojo de un edificio, mansión de dos pisos, aislada y abandonada.
Lamenta la primavera transparente, cuando revolaba, trazando orbes y rayas fugaces. Soporta diluvios y torbellinos, meteoros de la estación maligna. Observa el reposo de las nubes y de las sombras amontonadas. Recibe la sugestión de la tierra letárgica y permanece inmóvil, sumada al panorama desanimado.
Resiste las energías calamitosas, soltadas de su cárcel nocturna, juntando los débiles alientos de sí misma, acostumbrada a las oscilaciones de la naturaleza inmortal; y guarda semejanza con el espectador de una escena litúrgica, preliminar del retorno indefectible del júbilo, comentada por el viento en su triste pífano.
José Antonio Ramos Sucre