LA PENITENCIA DEL MAGO
Recibí advertimientos numerosos de origen celeste cuando empezaba a iniciarme en una ciencia irreverente. Me disuadían de seguir la demanda de verdades superiores a la fragilidad del hombre, y me amenazaban con la pérdida de la felicidad el mismo día de tenerla a mi alcance y con la prolongación expiatoria de mis días.
La meditación orgullosa había desmedrado aceleradamente mi organismo, anticipando las señales de la vejez.
Vi en la ruina de mi salud el último aviso de una potestad indignada.
Volví en mis fuerzas retirándome a la soledad de un predio, defendido por barrancos y hondones. De allí salí más tarde, en busca de impresiones nuevas, para un reino de tradiciones y de ruinas. Y, debajo de un pórtico despedazado, encontré una mujer adolescente, de ojos extasiados.
De tanto frecuentar su trato plácido, sentí el contagio de su arrobamiento, y sané de la zozobra anterior, disfrutando una promesa de bienestar.
Una tarde le referí los atentados de mi pasada curiosidad soberbia.
Mis palabras alarmaron su imaginación; ratificaron temores informes de peligros entrevistos o soñados durante su niñez retraída. Aquel sobresalto comenzó la abolición de su pensamiento y fue el estímulo de una agonía larga.
Seguí adelante al comenzar el advenimiento de las amenazas fatales. Buscaba un lugar apacible donde pagar el resto de la sanción irrevocable y esperar el diferido término de mis días.
Di con este país sumido en silencio nocturno.
Escogí para edificar mi retiro la sombra de esta selva, tapiz
desenvuelto al pie de los montes.
Sobre la selva y sin alcanzar la altura de los
montes, vuelan ocasionalmente algunas aves fatigadas.
José Antonio Ramos Sucre