SIGLO DE ORO
El caballero sale de la iglesia a paso largo. Saluda con gentil mesura a las señoras, abreviando ceremonias y cumplimientos. Aprueba sus galas y las declara acordes con la belleza descaecida.
Del río, avizor de la mañana y espejo de sus luces, sopla un viento alado y correntón. Mece los sauces, y penetra las calles solas, alzando torbellinos de polvo.
El caballero se retira a su casa desierta. Depone el sombrero y la recorre lentamente, ensimismado en la meditación. Apunta y considera los asomos de la vejez.
Los suyos se extinguieron en la contemplación o se perdieron en la aventura. Él mismo llega de ejecutar bizarrías en aguas levantinas. Decanta su juventud fanfarrona en las urbes y cortes italianas.
Junta con la devoción una sabiduría alegre, una sagacidad de caminante, allegada de tantas ocasiones y lances.
El caballero se sienta a una mesa. Escucha, a través de las letras contemporáneas, la voz jocunda de las musas sicilianas. Pone por escrito una historia festiva, donde personas de calidad, seguidas de su servidumbre, adoptan, por entretenimiento y en un retiro voluntario, las costumbres de sus campesinos.
El caballero finge discursos y controversias, dejos y memorias del aula, referentes a la desazón amorosa.
Administra la ventura y el contratiempo, socorros de la casualidad, y conduce dos fábulas parejas hasta su desenlace, en las bodas simultáneas de amos y criados.
José Antonio Ramos Sucre