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En este instante,
ya no existen los cuerpos; son las almas
las que se ansían, las que quieren verse,
penetrarse sin fin.
Y no se acaba
nunca el afán, porque el dominio
de su fuego es la órbita
del alma: el universo.
¡Dos universos
—¡oh imposible posible del amor!—
compenetrándose,
en un afán de dos eternidades!
¡Y se salen las almas abrazadas,
y se van; y se quedan
los cuerpos, separados, fríos, muertos!
Juan Ramón Jiménez