¡Oh, cómo me mirabas!
Parecía
que te hubiera cortado mi crueldad
los parpados.
Y yo iba
—¡desde tan lejos, a tu lado!—
como un naufrago negro, a tu alma viva,
¡faro de eterna luz, mujer, sobre la carne
eternamente acojedora de tu orilla!
Juan Ramón Jiménez