(GUIPÚZCOA)
El techo del vagón tiene un albor —¿ de dónde?—
y los turbios cristales, desvanecidos, lloran...
Fuera, entre claridades que van y vienen, hay
una conjuración de montaña y de sombra.
Los pueblos son de niebla bajo la madrugada;
es como un sueño vago de praderas humosas;
y las rocas, ¿enormes?, están sobre nosotros,
unminentes, perdidas las cimas en la hora.
No pára el tren... Tras unos cristales alumbrados,
a través de la lluvia, cansada y melancólica,
una mujer, confusa, bella, medio desnuda,
nos dice adiós...
—¡Adiós!
El agua habla, monótona.
Juan Ramón Jiménez