CANTO PRIMERO
III
Mas no hay estrago ni furor sangriento
Que al que prometo, tenga semejante;
Que es comparar el átomo del viento
Al alto Olimpo y encumbrado Atlante:
Entonces del sagrado firmamento
La máquina de estrellas rutilante,
Por no ver en la tierra tantos males,
Escondieron sus luces celestiales.
José de Villaviciosa