ODA XIX
EL ESPEJO
Toma el luciente espejo,
Y en su veraz esfera
Ve, Dorila, el encanto
De tu sin par belleza:
La alba frente en contraste
Con las hermosas cejas,
Que en arco prolongadas
Dos iris asemejan:
La gracia de tus ojos,
En cuya ardiente hoguera
Flechando sus arpones
Amor su trono asienta:
Su majestad afable,
Y esa languidez tierna
De su mirar, o cuando
Rientes centellean:
Tu boca y tus mejillas,
Do esparce primavera
Sus rosas y claveles,
Derrama sus esencias:
Ese tu enhiesto cuello,
El seno, las dos pellas
Que en él de firme nieve
Elásticas se elevan:
Y ondulando suaves
Cuando plácida alientas,
Animarse parecen,
Y su cárcel desdeñan.
Ve el aire de tu talle,
La gracia y gentileza
Con que flexible torna,
Derecho se sustenta:
Tus perfecciones goza,
Y cariñosa al verlas
Mis lágrimas disculpa,
Mis esperanzas premia,
¡Ay! tú al espejo puedes
Pararte, y en su escuela
De las Gracias guiada
Formarte muy más bella.
De cien vistosas flores
Ornar tus blondas trenzas,
Relevar con sus rizos
La frente de azucena:
Gobernar de tus ojos
Las miradas arteras,
Y fijar de sus niñas
La inocente licencia:
Adiestrar en su juego
La boca pequeñuela:
La sonrisa en sus labios
Hacer más halagüeña,
Mas donosos los quiebros
De tu linda cabeza,
Tu andar aun más picante,
Tu talla más esbelta.
Yo ¡triste! contemplarlo
No puedo, sin que sienta
Doblarse mis pesares,
Más grave mi tristeza.
Ayer en él buscaba
Tu imagen, y en vez de ella
Vi abatido mi rostro,
Mis ojos sin viveza,
Áridas las mejillas,
Mi boca sin aquella
De risas y donaires
Festiva competencia:
Do quier en fin marcadas
Mil dolorosas huellas
De tu rigor injusto,
De mi infeliz terneza.
Asi tú en el espejo
Consultándolo encuentras
A Venus y sus Gracias,
Yo un retrato de penas.
Juan Meléndez Valdés