RETRATO DE ACTRIZ DESTRUIDA PERO AÚN DESEABLE
La luz siniestra y erizada desgarra sin piedad
años podridos, gestos derrotados,
muerde el bastardo corazón la dicha.
La luz amarillenta, vívida, cruel,
chapotea en retocadas y evidentes pinturas,
abre ojos sin fondo apagados de rímel,
palpa gastadas fosas en la nariz alerta.
Mirada sin piedad, esto le queda
mientras sueña una carta de ningún amor
y un vaso espera la noche como un cuervo.
Elegida de las musas, actriz por vocación o por estómago,
terso estómago de la primera adolescencia,
ahora contempla sueños, lee imaginadas sílabas,
derrumbados telones, telas de araña en la pared neutral y desalmada.
Amor, amor, amor como olvidada lluvia,
caballo blanco y ciego frente a las olas
que golpean, que muerden el pasado,
recubren de nostalgia, dibujan una mano aún ávida.
Sí, amor y aquel sexo y su esponja de gozo,
y las luces y trajes y aplausos derramados.
Cada hora contada, repasada cual un sin fin monólogo
de acuciante alegría y obstinada esperanza,
vuelve esta noche al remoto escenario;
mas vacío el teatro, silencioso y en calma,
no es símbolo de muerte o de casa desierta
sino tan sólo arma de alguna flor ajada
o húmedo bostezo donde nada se encierra.
Terminó la lectura, la carta gris
con estéril soberbia agotada hasta el fin
y cerrada con furia como un féretro hueco.
Ya nada queda: sombra sin brillo,
fulgor opaco de lo que fue belleza y, sin fuerza,
una lágrima sola que resbala y gotea por el ruin maquillaje,
por la burda careta que la envuelve y la empuja,
que la toma y la lleva, apariencia sin rostro,
por el campo más árido de la vida ya muerta.
Juan Luis Panero