LA SANGRE NO ES UN ÁLAMO
Toco una huella hoy
sobre mi carne viva. ¡Viva Zapata! Muerte
es todo lo que hallo, crudo desorden, hierba
pisada, soledad, escombro.
¿Quién bajo la injusticia
puede ser justo, hacer
del corazón tripas y orejas, y aún mucho más:
olvido,
e ir por la calle como quien va con un paraguas,
y ponerse a soñar: en paz descansen?
Me tomaría un vaso
de viento libre y de agua clara donde
sin azuletes ni lejía fuera
toda la luz del mundo, todo el aliento, toda
la sosa cáustica precisa
para lavar la sangre hereditaria.
Porque la sangre no es un álamo ni es
una planta, ni es una piedra que se tira,
ni algo efímero o tenue
que no haya merecido
haberla en cuenta, desposarla,
recibirla con limpia
solemnidad de nacimiento.
Me tomaría, qué bien sé cómo, una
marea de ternura, un antídoto noble si pudiera
para que nos limpiase los canales oscuros,
la vieja infección sucia de la guerra y el odio.
Pero no es sólo gesto, sino gesta
dolorosa. Remordimiento acaso
por mis años de niño, su blanca
inutilidad, su corto
entendimiento.
Cómo
tener hoy un sentido, tomar
una esperanza, creerla,
creer en Dios, amar al hombre, darle
las gracias? ¿Qué pueblo
entregar a mi hijo, qué leyenda
de amor? No culpo a nadie, todos
tuvimos bien la culpa, si acusara
fuera a este tiempo vil que me ha tocado
en vida. Tal vez la fuerza neutra
de la mercadería, de la mercancía, el predio
del deshonor, la propiedad injusta, el cielo
azul que nada, nunca, tiene.
Estoy hablando sobre
el fuego, con la mano extendida, llena la voz
y el pulso de raíces, de nubes, de oropéndolas
ciegas. ¿Quién creó
la verdad? Hay cosas, hay hermosas
palabras, signos dorados,
y a veces hay verdad utilizable
sólo, no siempre
valedera. Siento
no haber vivido aquella historia triste
y haber muerto por algo,
y no encontrarme ahora
con las manos secadas
en el remordimiento.
Jesús Hilario Tundidor