AL GENIO DE LIBERTAD
¡Genio de Libertad, mi voz te implora!
En todo clima tu fogoso aliento
Esparció vida y luz, salud y gloria.
Por ti clamor inmenso de victoria
Estremeció de Maratón los ecos,
Para terror del déspota vencido.
En Roma libre, de funesto olvido
Preservaste los nombres inmortales
De Bruto, Cincinato, el gran Camilo,
Y de otros mil, cuya sublime frente
Coronó tu laurel. Su vasto foro
Con el aplauso resonar se oía
De un pueblo altivo, generoso y fuerte,
Que incienso a tus altares ofrecía.
En los montes helvéticos lidiaste
Con el arco de Tell, y allí fundaste
A la simple virtud perenne templo.
Al septentrión de América elegiste
Luego por tu mansión; el noble pecho
Inflamaste de Washington divino,
Y presidiste a su inmortal destino,
Y consagraste su sencillo techo.
Después el Galo insano y furibundo
Te quiso colocar entre sus lares:
Mas te erigió cadalsos por altares
Y facciosos te dio por sacerdotes,
Que fueron duros, bárbaros; mas dieron
Ejemplo memorable a las naciones,
Y en la ruina de antiguas opiniones
Monumento perenne te erigieron.
¡Genio de Libertad! cuando con Riego
La noble frente en Gades elevaste,
¿Cómo en el porvenir no conjuraste
La cruel desolación que vino luego?...
Por fin al sur de América volando,
De los sublimes Andes en la cumbre
Que dora el sol con su perpetua lumbre,
Tu bandera divina tremolando,
Llamaste a libertad un hemisferio,
Que tras lucha gloriosa y dilatada
Feliz destruye el español imperio.
¡Genio de Libertad! desde mi cuna
A los tiranos fieros me inspirabas
Generosa aversión; tú me llenabas
De inexplicable, de sublime gozo
Cuando sentado en la agitada popa,
Vi a mi bajel, del viento arrebatado,
Romper con furia las turbadas olas
Del irritado mar, y por sus campos
Leve volar, cual despedida flecha.
Por ti, genio inmortal, por ti me agrada
Clavar la vista al sol, y ansiosamente
Beber su inmensa luz. Mi voz te implora;
El ruego escucha del que bien te adora...
Ven, desciende al Anáhuac agitado
Por el tumulto atroz de las facciones,
Y su furor sangriento sofocado,
Respiren los humanos corazones.
¿O tan sola serás perturbadora,
Fantástica ilusión? No: yo te miro
De Iztaccíhual bellísimo asentado
En las etéreas cumbres, revestido
Con alta majestad. Bella, impalpable,
Como el arco de Dios entre las nubes,
Allá vislumbra la visión gloriosa.
José María Heredia