EN MI CUMPLEAÑOS
Gustavi... paululum mellis, et ecce morior.
I. Reg XIV. 43.
Volaron ¡ay! del tiempo arrebatados
Ya diez y nueve abriles desde el día
Que me viera nacer, y en pos volaron
Mi niñez, la delicia y el tormento
De un amor infeliz...
Con mi inocencia
Fui venturoso hasta el fatal momento
En que mis labios trémulos probaron
El beso del amor... ¡beso de muerte!
¡Origen de mi mal y llanto eterno!
Mi corazón entonces inflamaron
Del amor los furores y delicias,
Y el terrible huracán de las pasiones
Mudó en infierno mi inocente pecho,
Antes morada de la paz y el gozo.
Aquí empezó la bárbara cadena
De zozobra, inquietudes, amargura,
Y dolor inmortal a que la suerte
Me ató después con inclemente mano.
Cinco años ha que entre tormentos vivo,
Cinco años ha que por doquier la arrastro,
Sin que me haya lucido un solo día
De ventura y de paz. Breves instantes
De pérfido placer, no han compensado
El tedio y amargura que rebosa
Mi triste corazón a la manera
Que la luz pasajera
Del relámpago raudo no disipa
El horror de la noche tempestuosa.
El insano dolor nubló mi frente,
Do el sereno candor lucir se vía,
Y a mis amigos plácido reía
Marchitando mi faz, en que inocente
Brillaba la expresión que Amor inspira
Al rostro juvenil... ¡Cuán venturoso
Fui yo entonces! ¡oh Dios! Pero la suerte
Bárbara me alejó de mi adorada.
¡Despedida fatal! ¡Oh postrer beso!
¡Oh beso del amor! Su faz divina
Miré por el dolor desfigurada.
Díjome ¡adiós!: sus ayes
Sonaron por el viento,
Y ¡adiós! la dije en furibundo acento.
En Anáhuac mi fúnebre destino
Guardábame otro golpe más severo.
Mi padre, ¡oh Dios! mi padre, el más virtuoso
De los mortales... ¡Ay! la tumba helada
En su abismo le hundió. ¡Triste recuerdo!
Yo vi su frente pálida, nublada
Por la muerte fatal... ¡Oh cuán furioso
Maldije mi existencia,
Y osé acusar de Dios la providencia!
De mi adorada en los amantes brazos
Buscando a mi dolor dulce consuelo,
Quise alejarme del funesto cielo
Donde perdí a mi padre. Moribundo
Del Anáhuac volé por las llanuras,
Y el mar atravesé. Tras él pensaba
Haber dejado el dardo venenoso
Que mi doliente pecho desgarraba;
Mas de mi patria saludé las costas,
Y su arena pisé, y en aquel punto
Le senti más furioso y ensañado
Entre mi corazón. Hallé perfidia,
Y maldad y dolor...
Desesperado,
De fatal desengaño en los furores
Ansié la muerte, detesté la vida:
¿Qué es ¡ay! la vida sin virtud ni amores?
Solo, insociable, lúgubre y sombrío,
Como el pájaro triste de la noche,
Por doce lunas el delirio mío
Gimiendo fomenté. Dulce esperanza
Vislumbrome después : nuevos amores,
Nueva inquietud y afán se me siguieron.
Otra hermosura me halagó engañosa,
Y otra perfidia vil... ¿Querrá la suerte
Que haya de ser mi pecho candoroso
Victima de doblez hasta la muerte?
¡Mísero yo! ¿y he de vivir por siempre
Ardiendo en mil deseos insensatos,
O en tedio insoportable sumergido?
Ha un lustro que encendido
Busco ventura y paz, y siempre en vano.
Ni en el augusto horror del bosque umbrío
Ni entre las fiestas y pomposos bailes
Que a loca juventud llenan de gozo,
Ni en el silencio de la calma noche,
Al esplendor de la callada luna,
Ni entre el mugir tremendo y estruendoso
De las ondas del mar hallarlas pude.
En las fértiles vegas de mi patria
Ansioso me espacié; salvé el Océano,
Trepé los montes que de fuego llenos
Brillan de nieve eterna coronados,
Sin que sintiese lleno este vacío
Dentro del corazón. Amor tan sólo
Me lo puede llenar: él solo puede
Curar los males que me causa impío.
Siempre los corazones más ardientes
Melancólicos son : en largo ensueño
Consigo arrastran el delirio vano
E impotencia cruel de ser dichosos.
El sol terrible de mi ardiente patria
Ha derramado en mi alma borrascosa
Su fuego abrasador: así me agito
En inquietud amarga y dolorosa.
En vano ardiendo, con aguda espuela
El generoso volador caballo
Por llanuras anchísimas lanzaba,
Y su extensión inmensa devoraba,
Por librarme de mí: tan sólo al lado
De una mujer amada y que me amase
Disfruté alguna paz. —Lola divina,
El celeste candor de tu alma pura
Con tu tierna piedad templó mis penas,
Me hizo grato el dolor... ¡Ah! vive y goza,
Sé de Cuba la gloria y la delicia;
Pero a mí, ¿qué me resta, desdichado,
Sino sólo morir?...
Doquier que miro
El fortunado amor de dos amantes,
Sus dulces juegos e inocente risa,
La vista aparto, y en feroz envidia
Arde mi corazón. En otro tiempo
Anhelaba lograr infatigable
De Minerva la espléndida corona.
Ya no la precio: amor, amor tan sólo
Suspiro sin cesar, y congojado
Mi corazón se oprime... ¡Cruel estado
De un corazón ardiente sin amores!
¡Ay! ni mi lira fiel, que en otros días
Mitigaba el rigor de mis dolores,
Me puede consolar. En otro tiempo
Yo con ágiles dedos la pulsaba,
Y dulzura y placer en mí sentía,
Y dulzura y placer ella soñaba.
En pesares y tedio sumergido
Hoy la recorro en vano,
Y sólo vuelve a mi anhelar insano
«Voz de dolor y canto de gemido».
(Diciembre de 1822)
José María Heredia