EL CONVITE
Ven a mi ardiente seno,
Deliciosa beldad, ven: cariñosa
Ciñe tus brazos de mi cuello en torno,
Y bésame otra vez... Al contemplarte
Huyen mis penas, como niebla fría
Del sol... Mírame hermosa,
Y amor aplauda con festiva risa,
Batiendo alegre las divinas palmas.
¡Mil veces infeliz el que no sabe
Como Fileno amar! Su árido pecho,
Cerrado a la alma voz de la natura,
Nunca supo gozar de sus favores;
Y muy más infeliz quien no ha gozado
Una amante cual tú, cuya ternura
En su pecho abrasado
Funda trono inmortal a sus amores.
Tú, adorada, mi llanto enjugaste,
Consolando mi grave dolor:
Adoré tu beldad, me pagaste,
Y bendigo feliz al Amor.
Mas ¡qué! ¿sobre mis hombros te reclinas,
Y tu cabello undoso
Cubre mi frente ? La nevada mano
Dame... ¿La mano mía
Estrechas con la tuya,
Y me juras amor, y en él me inflamas
Con lánguido mirar?...
¡Oh dulce amiga!
¡Con fiel cariño conservar juremos
Nuestro blando jurar con mil caricias!...
Nunca fui tan feliz: no devorado
Me siento del amor ciego, furioso,
En que abrasó mi pecho una perjura,
Menos bella que tú, menos amable.
¡Pérfida! ¡me vendió!... ¡Yo que rendido
Por siempre la adoré!... —¡Lejos empero
Memoria tan fatal!... —Ven, ¡oh querida!
Sienta yo palpitar bajo mi mano
Tu corazón, y extático te escuche
Suspirar de placer entre mis brazos;
Y que al mirarte lánguido, me brindes
A coger en tus labios regalados
El dulce beso en que el amor se goza;
Y que al cogerlo, en tus divinos ojos
Mi ventura y tu amor escritos mire,
Y te bese otra vez, y luego expire.
José María Heredia