LA TREGUA
Ya pasaron, ya pasaron
las plúmbeas modorras esas
del sol de julio, que inflama;
del sol de agosto, que tuesta;
de aquel, que la espiga dora,
y de éste, que la platea.
Y tú, labrador, ya tienes,
ya tienes aquí la tregua.
Siéntate un rato y descansa
de tu casita a la puerta,
y bebe allí con tu gente
brisas de tarde serena,
que el amor quita pesares
y el aire sudor orea,
y no es tu cuerpo de mármol,
ni es la tuya alma de fiera,
que treguas aquel demanda
y ésta te pide querencia.
Ya tienen nubes los cielos
y ya las tardes son frescas,
y está al rastrojo el ganado,
y están barridas las eras,
y están en casa los viejos,
y están los mozos de fiesta,
y Dios está en todas partes...
y el trigo está en la panera.
Mal te conocen los hombres
que, porque tienes en ella
puestos el alma y los ojos
de avaro y ruin te motejan.
Pensaran con más cordura
si lo que guarda supieran
ese recinto modesto,
donde el sentido ventea
auras de pobreza y orden
con efluvios de limpieza.
Ignoran que ahí tienes armas
para matar la miseria,
tienes tu honor de hombre honrado
fiel pagador de tus deudas,
puntal de la pobre patria,
sostén de holguras ajenas...
Ignoran o no meditan
que en ese rincón encierras
todo el sudor de tu frente,
todo el fruto de una brega
que acaba con el estío
y en el otoño comienza,
que deja el alma aplastada
y el cuerpo rendido deja.
Ignoran que ahí tienes cosas
que valen tu dicha entera:
¡el pan de los hijos débiles
y el pan de la esposa buena!
Que aunque de modo tan rudo
decírtelo yo no deba,
porque parece pecado,
pecado de alma grosera,
te lo diré rudamente,
como la vida lo reza:
¡Si quieres tener amores,
tienes que tener panera!
No extraño que tengas puestos
los ojos y el alma en ella,
ni que la mires avaro,
ni que su puerta defiendas,
que en ello te va la dicha
y en ello la vida juegas.
¡Arriba otra vez, arriba!
Muy breve ha sido la tregua,
pero es larga del trabajo
la abrumadora cadena,
y nadie romperla debe,
que a Dios le toca romperla.
¡Arriba!, que ya te llaman
las campesinas faenas,
que ya la lluvia de otoño
bañó la tierra sedienta,
que hay brumas por las mañanas
en los picos de las sierras,
que ya los amaneceres
lloran rociadas frescas;
que ya se inicia en los campos
el apuntar de la hierba,
y el sonreír de las aguas
y el son de las alamedas.
¡Arriba!, que el sol es tibio;
las nubes, blancas guedejas;
intensas las humedades
y sana la brisa cierza...,
y a gloria sabe el ambiente,
y a música el campo suena,
y huelen las tierras húmedas
a tierra de sementera.
Mueve tu gente con prisa,
vuelve otra vez a la brega,
requiere aperos y yuntas,
abre la limpia panera
y suenen en los corrales,
y suenen de nuevo en ella,
ruidos de palas y harneros
que las simientes asean,
tonadillas entre dientes,
pláticas sobre la siembra,
silboteos sonorosos,
golpes de mazos y azuelas,
que aprietan, tajan y embuten
cinchos, cuñas y orejeras...
Y devorando el almuerzo,
y unidas ya las parejas,
el jarro de agua agotado,
sobre un hombro la chaqueta,
en la izquierda la aguijada
y un mendrugo en la derecha,
comiendo tras de la yunta
que arado y simiente lleva,
¡vete a verterla en el seno
de aquellas húmedas tierras
que otoño bañó con lluvias
y tú con sudores riegas!
Muy larga la brega ha sido,
muy corta ha sido la tregua,
pero sujetos estamos
del trabajo a la cadena,
y nadie romperla debe,
que a Dios le toca romperla.
José María Gabriel y Galán