LAS REPRESALIAS DE PABLOS
I
Dos peñascales horrendos,
abajo un río que brama,
y arriba el arco de un puente,
que aquel precipicio salva
cual cinta sutil de acero,
sobre el abismo curvada.
La blanca luz de la luna
luchaba con la del alba;
la de la luna, perdía;
la de la aurora, ganaba.
Un cielo que nada dice,
un mundo en quien nadie habla,
soledades de sepulcros,
silencios hondos que alarman,
quietudes inalterables,
la plenitud de la calma;
menos: la inercia absoluta
de la vida desmayada;
aún menos: la muerte misma,
que sobre el mundo descansa;
y si no zumbara el río,
¡todavía menos!..., la nada.
II
Era el sueño, no la muerte.
No hay muerte, no muere nada
mientras se sepa que el hálito
de Dios por el mundo vaga.
De los blancos peñascales
surgieron como fantasmas
dos hombres, que cautelosos,
hacia el alto puente avanzan,
como ciervos que ventean,
como liebres alarmadas...
Del puente en la embocadura
cambiaron unas palabras;
el uno apostóse fuera;
el otro enfiló la entrada,
pasó, y, en la lejanía,
se perdió como un fantasma.
III
La blanca luz de la luna
luchaba con la del alba;
la de la luna, perdía;
la de la aurora, ganaba.
Misteriosa brisa fresca
pasó batiendo las alas,
vino del lado del día,
de Oriente vino, y sus ráfagas
movieron olores acres,
frescuras de rociada.
Cantó una abubilla necia
tres veces. Alboreaba.
Una raposa flexible,
de cola encrespada y larga,
blandos andares felinos
y anchas pupilas de ámbar,
llegó a un extremo del puente
como sombra que resbala.
¡Dudó!, miró a todas partes,
tomó vientos, recelaba;
y cruel perro avergonzado,
como ladrón que se alarma,
entró en el estrecho puente
y avanzó toda azorada...
De pronto, cuando en lo alto
del arco sutil estaba,
en cada extremo del puente,
oyó un silbido de alarma,
y luego voces, y luego
vio que el paso le cerraban,
por ambos lados, dos hombres,
blandiendo recias estacas,
y oyó que la maldecían,
y vio que la amenazaban...
Despavorida, sin tino,
la miserable alimaña,
se puso, de un solo salto,
sobre el pretil, aterrada...
Vio el abismo; se detuvo,
y aun miró atrás. ¡Se acercaban!
Miró al cielo: ni una peña,
ni una grieta, ni una rama...
Y aun dudó..., pero llegaron,
oyó zumbar las estacas...
y allá fue, pataleando,
por el abismo tragada,
la de la cola espumosa,
la de los ojos de ámbar,
la de los blandos andares,
que nadie los barruntaba.
IV
El remolino furioso
que abajo formaba el agua
cogió a la víctima débil
que la traición entregara;
y no la escupió a la orilla,
ni sumergióla en sus aguas,
ni la estrelló en un peñasco
para el tormento abreviarla:
sobre sus lomos de espuma
cargóla con loca rabia,
y condenóla al suplicio
de girar con vueltas rápidas,
isócronas, mareantes,
que aturdían, que embriagaban.
V
Desde la altura del puente
cayeron estas palabras,
más horribles porque abajo
no sabían contestarlas:
«Dici Pablos que te iga
que sigas con la ginasia,
que mañana volveremos
a velti jacel roangas!»
VI
—¿Vamos, Pablo?
—Vamos, Ginio
—¿Cuándo golvemos?
—Mañana
—¿No más que mañana?
—Y siempri,
y hasta que no quedi casta.
—¿Y luego?
—Pos si me apuras,
arrempujamos a Blasa,
que cuela el puenti de noche
cuando güelvi de las cabras.
¡Ya tengo ganas de vela
jaciendo abajo roangas,
que muchas jaci valsando
con Meregildo Pardala,
pa que me enrite de celos,
pa que me ajogue de rabia!
José María Gabriel y Galán