EN EL CENTENARIO DE BOLÍVAR
Blanca empezaba la indecisa lumbre
A teñir los azules horizontes,
Con resplandor lejano,
Plateando en líneas la movible cumbre
De las ondas inquietas del oceano;
De la cima del palo a que se asía
Con ya cansada y vacilante mano,
¡Tierra! gritó el vigía;
¡Tierra! en el barco contestó la gente;
¡Tierra! en la selva el eco que dormido
Estaba, desde siglos indolente;
¡Tierra! las ondas que con ronco ruido
Se estrellan denunciando un continente.
El sol desde los cielos sonreía
Satisfecho de ser el sol fecundo
Que al traer a los hombres nuevo día
Presentaba también ¡un nuevo mundo!
Pero es siempre la gloria fugitiva
Como el rumor del viento;
Llevaba aquel marino
Libertad en su noble pensamiento;
Y al declinar su sin igual destino,
Las cadenas halló sobre sus manos,
Cadenas que heredó su continente
Con la raza opresora de tiranos!
La tierra libre por Colón soñada
Que halló por fin al despuntar de un día,
Entre hierros se encuentra aprisionada
Por ser la perla de mayor valía.
¡Ay de ti, Nuevo Mundo! cual mancebo
Que lleno de esperanzas e ilusiones,
Presiente que la sangre en sus arterias
Va a mover sus postreras pulsaciones;
Que llevando en su mente
De una sublime aspiración la idea,
Desfallecer se siente
En medio a la prisión que le rodea,
Teniendo que doblar la altiva frente
Cuando azote humillante le golpea;
De este modo, mi América, nacida,
Para ser la señora de la tierra,
Doblegada te encuentras y vencida,
Vencida sin la lucha y sin la guerra.
¿Qué te sirve el ardor de tus volcanes,
Si no vomitan lava
Que sepulte las duras fortalezas
Donde se esconde el que te guarda esclava?
¿Para qué tu Orinoco y tu Amazonas,
Si prosiguen su curso silenciosos,
y en calma su corriente
Sin desbordarse a destruir ansiosos
Esas praderas donde siembra y coge
Su rica mies la usurpadora gente?
¿Para qué la nevada cabellera
De tu alta cordillera,
Si no ha de producir alud tremendo
Que derroque los reyes y los tronos
Con siniesto fragor y horrible estruendo?
Para nada en verdad, porque tus hijos
Se duermen olvidados
De lo indomable de su antigua raza.
Sus dardos para lucha fabricados
Matan no más que la inocente caza;
Y los ecos gigantes de la sierra,
De majestad desnudos,
No resuenan al grito de la guerra,
Que los nietos de Bauche y los de Manco
Para pedir la libertad son mudos.
El bardo no levanta
Hasta el cielo sus bélicas canciones,
Y aquella lira que al tirano espanta
Está colgada al viento
Meciéndose en silencio funerario
De las ramas de un sáuce macilento.
Y los indios, ceñida la coyunda
Cultivan la pradera
Donde otro tiempo en esplendor crecía
La señal de los libres, la palmera;
Ahora también crece,
Pero no como antaño placentera
Yergue el penacho. emblema de los bravos;
No, nada de eso, que la riega sólo
El llanto quemador de los esclavos.
Allá en el medio de la noche fría
Y detrás de los negros nubarrones,
Y en medio del silencio
Que interrumpen no más que los quejidos
Y el chirriar de los duros eslabones.
Se escuchan de repente mil ruïdos
Como el sonar de tempestad lejana,
Roncos rodando en la impasible esfera;
Como inciertos y vagos alaridos;
Como dobles siniestros de campana,
Que con grito metálico estridente
Dan el alarma a la dormida gente
Se siente cual golpear de mil corceles
Que cruzan a lo lejos la llanura;
Cual rumores de alígeros tropeles
Que luchan con bravura.
Y a las hondas del aire conmovido
Dan los ecos cargados de pavura,
Cual hierros que se rompen
En pedazos con áspero crujido;
y allá en el horizonte
La oscuridad se tiñe
Sobre la cima del oscuro monte
Con una inmensa y encendida tea
Que amenazando exterminar el mundo
Al recio impulso de aquilón flamea.
La gente sorprendida
Sin darse cuenta con terror escucha,
Sin saber qne se acerca la avenida
De la insurrecta humanidad que lucha.
¡Oh larga noche de la guerra magna!
¡Cuán negra oscuridad está cubriendo
El corazón de un mundo!
¡Cuánto lóbrego estruendo
En uno y otro extremo repetido!
¡Cómo ruge el tronar de la venganza!
¡Cómo lanzan los odios su silbido!
¡Cómo nace y perece la esperanza!
¡Cómo canta sus triunfos el que vence!
¡Cómo rasga sus carnes el vencido!
Enrojece el espacio
Una explosión intensa;
Y en un campo de fuego en que se abraza
De un polo a otro en la extensión inmensa,
El gran Ricaurte con su mano traza
En cifras con su sangre coloreadas:
—¡Oh patria,oh libertad, seréis salvadas!—
Y después un perfume delicado
Oscilando se va hasta el cielo mismo,
Espíritu de Pola sublimado
Al fuego del amor y del civismo.
Vense antorchas de ciencia que ilumina
Las cabezas de Caldas y de Zea,
Que sostienen de Atlántida el espíritu
En las regiones de la libre idea.
Dominando el clamor de tantos ruïdos
Y el crujir de tamañas explosiones,
Consolando el gemir de los heridos
Cual la voz que resu!ta de millones
De vítores reunidos,
Un acento se escucha retumbando.
Voz de cinco Naciones
En el pecho de un hombre resonando.
Es la voz de Bolívar que en la guerra
Al contemplar la libertad buscada
Está gritando cual Rodrigo: ¡Tierra!
Pasó la noche, al relumbrar el día
Desgarrose por fin la sombra espesa
Con que la muerte encapotaba el cielo;
Mil auroras boreales
Vinieron desde el polo en raudo vuelo
Y mezclaron sus fúlgidos cendales,
Sus vívidos fulgores,
Para formar el pabellón glorioso,
El noble pabellón de tres colores,
La enseña que se eleva
En las cumbres del Bárbula y Pichincha
Y que ahogar amenaza con sus pliegues
Al que a mirarIa con desdén se atreva;
Aquel Lábaro mismo,
Rayo del sol de Libertad mirado
Al través del cristal del patriotismo.
El mismo que hoy se ostenta desplegado
Murmurando las glorias de Bolívar
Por el viento al sentirse acariciado.
El mismo que después de una centuria
Atraviesa los mares,
Y se yergue de España en los altares.
Iris de paz que como el arco riela
El firmamento donde brilla el astro
De Colombia, Ecuador y Venezuela:
Estas hijas amadas del Gigante
Que puede que algún día
De su Padre embellezcan la corona
Con el solo esplendor de un gran diamante.
Hoy, tomando esa enseña en nuestras manos,
Juremos como buenos Colombianos,
Juremos con la frente levantada
A la sombra del «Héroe de los héroes»
Y en aras de la patria libertada,
Que antes que esclava sea,
Antes que el yugo nuestra frente humille
Concluirá nuestra raza en la pelea.
Joaquín González Camargo
Publicado en el Álbum Liberal, 1883.