XXIV
Sereno de humildad, la tarde gasto
en rodear el potrero y la cañada,
y al trote desigual de la vacada
suena la seca amarillez del pasto.
Braman luego las crías en el vasto
corral, ante la puerta reforzada,
y las vacas les tienden la mirada
con un anhelo maternal y casto.
Ya cuando acaba de morir la lumbre,
siente el ganado ignota pesadumbre;
y, echado en melancólica postura,
advierte en el ápice del cerro,
con agudos clamores, un becerro
da el toque de silencio en la llanura.
José Eustasio Rivera