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El toro padre –cuando sorda increpa
la tempestad– con su pulmón vibrante,
avanza, ronco, hacia el confín distante
sorbiendo ventarrones en la estepa.
Parte macollas de profunda cepa;
reta las intemperies del Levante,
y tras la brava nube retumbante
los altos morros, rezongando, trepa.
Después, ante la absorta novillada,
revoluciona el polvo en la planada;
se envuelve en nubes de color pardusco,
y creyéndose el dios de los inviernos,
brama, como tronando, y traza brusco
un zig-zag de centellas con los cuernos.
José Eustasio Rivera