IV
Cuando apagan los vientos su arrebol de verano
desfallece mi alma con la luz vespertina;
y al mugir de los toros en la loma vecina,
me contagia sus viejas pesadumbres el llano.
Entre azules luciérnagas fosforece el pantano;
a la diestra mi sombra vacilante camina,
y ante el santo lucero de la tarde se inclina
una palma, en la ceja del poniente lejano.
Ya se quejan las ranas... El paisaje se esfuma,
y en mi ser y en los campos va cayendo la bruma;
sobre el cerro columbro de una hoguera el fanal,
y al sentir que algo inmenso y angustioso me llena,
lanzo un grito!... Y entonces, compartiendo mi pena,
se remonta una garza del borroso juncal.
José Eustasio Rivera