XVII
Un crepúsculo inmenso la imponencia realza
de este río letárgico que en los montes se interna
van silbando los bogas una música tierna
y a sentir el paisaje, me reclino en la balsa.
Entregado a la brisa, mi cabello se alza;
en el agua un reflejo con las sombras alterna,
y en el seno purpúreo de la linfa materna
formo círculos amplios con mi planta descalza.
Al pasar bajo un palio de flexibles guaduales,
le disparo a una ardilla, que en los turbios cristales
viene a dar, desgalgada de las trémulas frondas;
listo un pez reluciente la sepulta en el charco,
y al momento una guadua, doblegándose en arco,
afligida se queda santiguando las ondas.
José Eustasio Rivera