XII
Entre el eco iracundo de ladridos violentos,
sobre un rastro de dantas va la ronca jauría,
por raudales trementes, por la chamba sombría,
revolcando los montes y mordiendo los vientos.
Son mis perros, veloces y de sangre sedientos,
que iniciando, furiosos, su carrera de un día,
pronto al sol alcanzaron en la azul serranía
y en las sombras hundieron los hocicos sangrientos.
Ya de noche, sacuden la maraña tupida;
dan medrosos aullidos; a la danta rendida
le devoran el vientre con titánica brega;
y al tornar, silenciosos, por las breñas oscuras,
perfumando sus pieles, todo el monte les riega
una gran tufarada de piñuelas maduras.
José Eustasio Rivera