XIV
¡Soy un hijo del monte! Por su sitio más fresco
busco, siempre cantando, la sonora colmena;
y en las grutas silentes mi garganta se llena
de panales nectáreos y de almendras de cuesco.
Al salir de las ondas, con placer me adormezco
sobre las hojarascas que mi perro escarmena;
y al través de las ramas, en mi cara morena
pone el sol de la tarde su movible arabesco.
Inspirado en un sueño de ternuras lejanas,
acaricio las flores; me corono de lianas,
y los troncos abrazo con profunda emoción;
que después, cuando a solas mi pensar reconcentro,
busco el premio del monte, y en mi espíritu encuentro,
el retoño florido de una dulce ilusión.
José Eustasio Rivera