LA COMPOSICIÓN PARA EL LICEO
ROMANCE
Vaya usted con Dios, patrona;
Rosita, abur: anda, Bruna.—
Ya se marcharon, ya estoy
Libre de que me interrumpa
La vieja con sus regaños,
La niña con sus diabluras,
Y la zafia Maritornes
Con sus rondeñas de Asturias.
¡No tener para este jueves,
Que es mi turno de lectura,
Por más que haga en mis legajos
Escrupulosa rebusca,
Ni una imprecación al sol,
Ni un madrigal a la tumba!
¡Dar equivocadamente
Para empapelar azúcar.
Ayer mi romance esdrújulo
Sobre el ósculo de judas!
Por fin, dos horas me quedan;
Y si me sopla la musa,
Saldré airoso del empeño
En que me miro sin culpa.
¿Por qué pecado, Señor,
Mereció mi triste pluma
Que para escribir en verso
No pueda cogerla nunca,
Sin que al momento a mi puerta
Cien importunos acudan?
Ya el alcalde de mi barrio
Para un informe me busca;
Y cuando ve que no puedo
Responder a su pregunta,
Me encaja la historia entera
De Don Gaspar Buena-púa.
Ya los que suben a ver
Cierta vestal andaluza,
Llamados desde el balcón
Con gitanas guiñaduras,
Trocando su alegre cuarto
Con mi tétrica zahúrda,
Mi campanilla quebrantan
Que suena como una zumba.
Ya un Calderón de diez años
Largamente me consulta
Sobre el efecto que espera
Que en el teatro produzcan
Los gemidos de la dama
Cuando la hieren a obscuras,
Si se remeda a lo lejos
El canto de la lechuza.
Ya un vecino que padece
Fiebre tercianaria turca,
Regala a su cara cónyuge
Con la más tremenda zurra:
Vuelan los pucheros, se oyen
Maldiciones tremebundas,
Alborótase el cotarro,
Cunde en la calle la bulla,
Y al gritar un alguacil:
«¡Favor a Isabel Segunda!»
Tengo a fuer de miliciano
Que danzar en la trifulca.
Hoy hay paz: aprovechemos
Tan dichosa coyuntura.—
¿Qué asunto para escribir
Tomaré? Mas ¿quién lo duda?
¿Qué objeto para mis versos
Mejor que mi dulce Curra?
Una letrilla a sus ojos,
Su lunar o su cintura.
Principiemos. «Ángel bello
Que la Providencia suma...»
Adiós, ya llamaron. Llamen;
Que aunque la casa confundan,
No me muevo del asiento.—
¡Pues la cachaza me gusta!
¿A qué porfía ese bárbaro
Cuando ve que no le escuchan?
Señor, ¿quién será? Lo voy
a ver por la cerradura.
Sea por Dios: es el mozo
De la compañía. —Lucas,
¿Qué quieres? —Que pague usted
Sin dilación esa multa.—
¿Por qué? —Por haber faltado
Antes de anoche a la junta.—
Bien: toma. —¿Quiere usted dar
Ahora lo de la música?—
Lo de la música. —El cabo
Don Hilarión Sanahuja
Está enfermo hace tres meses;
Y a los gastos de la cura
Se le añaden los de madre,
Abuelo, la hermana viuda,
Diez hijos, y un sobrinito
Que le enviaron de Osuna.
Se ha abierto una suscrición
Para socorrer su angustia,
Y... —Para Don Hilarión.
¿Hay otra jorobadura?—
No, señor— ¡ah! que esta noche
Le toca a usted de patrulla.—
Anda con mil de a caballo,
Y mira si te desnucas
Esta vez en la escalera,
Para que otra no la subas.
¡Por mi fe que el privilegio
De lucir las fornituras,
Es ganga que va a llevarme
Al hospicio en derechura!
Paciencia y bolsa me gastan,
Tiempo y voluntad me usurpan:
Un santo con charreteras
Voy a ser, como lo sufra.
¡Tierno Garcilaso! tú
Celebrabas la hermosura
En medio de los horrores
De marcial hórrida lucha;
Y yo no agarro el fusil
Sin que envidie la fortuna
De quien usa un guante menos,
O anda en un pie como grulla.—
Una pobre. —Dios la ampare.—
Por la Virgen... —No me aturda.
Soy poeta. —Ya escapó.
Tal razón ¿a quién no asusta?—
Esto es mejor: ¡que si quiero
Chorizos de Extremadura!
No se come cerdo en casa.—
Moros son aquí, sin duda.—
Me parece que es preciso
Ir a buscar quien me supla,
Porque pensar hoy leer
Yo en el Liceo, es locura.—
¡Cielo santo! en la escalera
Ya suena la voz aguda
De mi patrona, que vuelve
Riñendo como acostumbra,
Y sube también con ella
Don Sempronio de Larruga,
El hijo más hablador
De la playa de Sanlúcar.
Ya se colaron en casa:
¡Bendiga Dios la cordura
De la vieja que les dice
Que no vuelvo hasta la una!
Pero ¿cuántos han entrado?
¡La curiosa doña Justa,
Paco Mochuelo el manolo,
La filarmónica Julia,
Y el gangoso Don Tomás
Y Blasa la tartamuda!
No sabiendo que hay aquí
Un pobrete a quien le turban,
Ríen, corren, gritan, charlan
En infernal baraúnda.
Uno al piano se pone,
Otro la guitarra pulsa,
Este silba, el otro baila,
Quien aplaude, quien se burla.
Pide Don Tomás silencio;
No le hacen caso: se atufa;
Vuelve a instar: no le aprovecha;
Pero le ocurre ¡oh ventura!
Apostrofarles en verso,
Dando voces furibundas:
Y mientras él se enronquece,
Y no le oyen o le bufan,
Sus versos le copio y cumplo
Con mi turno de lectura.
Charlatanes sempiternos,
Que al mundo servís de estorbo,
Lléveos el cólera morbo
Por la posta a los infiernos;
Y el suplicio con que allí
Os castigue Radamanto,
Para que os abrume tanto
Como vosotros a mí,
Sea oír siempre leer
Versos ramplones y fríos,
Tan malos como los míos;
Peores, si puede ser.
Juan Eugenio Hartzenbusch