A JUAN, SU PÍCARA MEMORIA
ELLA
Con luz harto macilenta
El día se te presenta
De ti anhelado y temido.
Septiembre, seis, ha venido:
Cumples hoy, Juan, los setenta.
No abundan por acá mucho
Compañeros de tu edad:
Pasado, más que machucho,
Te veo, y oír te escucho
Tranquilo la novedad.
Pero aunque hagas poco caso
De un anuncio de esta suerte,
Torpe ya tu cuerpo y laso,
Mal en tu trémulo paso,
Mal se ve para moverte.
Renqueando por las calles,
Si a conocidos que te halles
Saludas cuando los ves,
Por más que entre ti batalles,
Dices luego: «Ése, ¿quién es?»
Con flema, tal vez escasa,
Temes respondan quizá:
«Ya todo a usted se le pasa:
¡Si es don Fulano, que en casa
Estuvo anteayer, papá!»
Su poquillo te contrista,
No como satisfactoria,
La tal respuesta imprevista,
Que dice cuál es tu vista,
Y cuál también tu memoria.
Das en errores extraños
A tiempos, como esta vez,
Del tuyo son estos daños,
Del tuyo son desengaños.
Mal sin cura es la vejez.
No eres ya el chico del día
Tantos de abril (abril era),
Cuando por la vez primera
Diste la mano a María
Para subir la escalera.
ÉL
No los goces me recuerdes
De remotos años verdes;
Libro fueron que rasgué.
Rasgas mi seno y le muerdes,
Tú, sierpe hoy, la que ángel fue.
Penas entonces de un modo
Y de otro asaltarme vi;
Luchaba empero, y vencí.
Con amor se vence todo,
Y amor y más hubo en mí.
Esperando la bonanza,
Yo al turbión le sonreía,
Con la serena osadía
Del que males desafía
Escudado en la esperanza.
La suya cumplida ve,
Por fin, con delicia inmensa;
Dios al cabo recompensa
Al que opone por defensa,
Con el infortunio, fe.
Mil veces en mi interior
Me dije: «No lo mereces,
Y Dios te da su favor,
Mostrándotelo con creces
Junto al lecho del dolor».
En él mi esposa yacía;
En él suplicaba fiel;
—Yo con ella. —Y escribía
Los Amantes de Teruel.
Allí guardo algún acento
Que exhaló doliente y frío
El labio del sufrimiento;
De allí el arrepentimiento
Me hizo arrancar algo mío.
ELLA
Pues hoy debes repetir
Ese que es digno ejemplar,
Y lo bueno dilatar:
Circunscríbete a rezar,
Y déjate de escribir.
Tu cabeza de contino
Te da cien chascos al día:
Tras afanosa porfía,
Sales con un desatino
Para que el mundo se ría.
Capricho terco avasalla
Tu mente donde él preside,
y opone a tus miras valla.
¿Quieres que el mundo te olvide?
Olvida primero y calla.
Fiel destello de razón
Te infunda la reflexión,
De que en silencio completo,
Ganarás, si no respeto,
Títulos a compasión.
Hombre a la razón sumiso,
Cumplir el común aviso
Debe cauto, al malearse.
Entonces es ya preciso...
ÉL
Conocerse y anularse.
1876.
Juan Eugenio Hartzenbusch