A MARÍA RIVADENEYRA
Jalapa es un vergel de paz y amores
Que presintió mi anhelo;
Allá en mis sueños conocí sus flores
Y adiviné su cielo.
Habláronme en la infancia, en la alborada
De mi revuelta vida,
De esta mansión para el amor formada,
Por el amor nutrida.
Aquí, mi padre disfrutó la calma
De la ilusión naciente;
Aquí vino sin sombras en el alma
Sin canas en la frente.
Y guardó fiel hasta el postrer momento
La memoria hechicera
De este Edén, como guarda el pensamiento
A la mujer primera.
«El Edén no es un mito, puedes hijo
Conocerlo algún
día...
Jalapa es un Edén...» y me lo dijo
Trémulo de alegría.
Murió, me dejó huérfano, teniendo
Espinas por alfombra;
¡Seis años hace ya que está durmiendo
Tras de la eterna sombra!
¡Quedé a vivir sufriendo decepciones
Que consumen y abrasan;
A ver pasar ensueños é ilusiones
Como las nubes pasan!
En medio de la lucha, solo, triste
Y de sufrir cansado,
Llegué a pensar: pues el Edén existe
Iré al Edén
soñado.
Y vine y encantáronse mis ojos
Cuando en la niebla leve
Vi azules lirios, tulipanes rojos
Y camelias de nieve.
Cuando de enhiestos montes a la falda
Vi el naranjal sombrío
Y engarzado entre cuencas de esmeralda
El blanco caserío.
Curó ese panorama mis heridas,
Busqué paz y reposo
Y abriéronme las puertas bendecidas
De tu hogar venturoso.
¡Ay! venturoso entonces, en la aurora
Del más sereno día,
¡Cuando aun no entraba la traidora,
La Pálida, la Fría!
Cuando tu santa madre no lloraba
Inclinando la frente;
¡Cuando, con trece abriles la besaba
Tu hermano, eterno ausente!
Entonces vine y estreché los lazos
De esta amistad sincera,
A la que doy, tendiéndole mis brazos,
De ofrenda el alma entera.
Hoy hace un año que apuré las heces
De nuestro adiós primero;
Desde entonces he vuelto muchas veces...
¿Por qué?...
¡porque las quiero!
¡Ay! si pudiera como fresca brisa
Animar estas flores;
Poner en cada rostro una sonrisa:
Curar tantos dolores;
¡Si el dulce bienestar que ayer he visto
Hoy fuera igual y cierto!
¡Si la amistad pudiera como Cristo
Resucitar a un muerto!
Mañana, al separarme de este hermoso
Jardín tierno y amado,
Te dejara la dicha y el reposo
De que siempre has gozado.
Mas ¿quién a la oropéndola caída,
A mustia tuberosa,
A la nivea caléndula perdida
En sirte cenagosa,
Les devuelve el perfume y los colores
Que ostentaron por galas?...
¡Sus hojas, al morir, cierran las flores,
Los pájaros sus alas!
¡Frente a la eternidad todo se cierra!
Quien es justo en el suelo
Puede cerrar sus ojos en la tierra...
¡Los abrirá en el
cielo!
Hoy que sangra en tu hogar la inmensa herida
Que abrió alevosa mano,
No olvides que en los campos de la vida
Tienes en mí un hermano.
Jalapa, 16 de febrero de 1889
Juan de Dios Peza