TIERRA DE NADIE
La ciudad se ponía
amarilla y cansada
como un buey triste.
Entraba
la niebla lentamente
por los largos pasillos.
Pequeña ciudad sórdida, perdida,
municipal, oscura.
No sabíamos
a qué carta poner
la vida
para no volver siempre
sin nada entre las manos
como buceadores del vacío.
Palabras incompletas o imposibles
signos.
Adolescentes en el orden
reverencial de las familias.
Y los muertos solemnes.
Lunes,
domingo, lunes.
Ríos
de soledad.
Pasaban largos trenes
sin destino.
Y bajaba la niebla
lamiendo los desmontes
y oscureciendo el frío.
Por los largos pasillos me perdiera
del recinto infantil ahora desnudo,
cercenado, tapiado por la ausencia.
José Ángel Valente