EL ATOYAC
(EN UNA CRECIENTE)
Nace en la Sierra entre empinados riscos
Humilde manantial, lamiendo apenas
Las doradas arenas,
Y acariciando el tronco de la encina
Y los pies de los pinos cimbradores
Por un tapiz de flores
Desciende y a la costa se encamina
El tributo abundante recibiendo
De cien arroyos que en las selvas brotan.
A poco, ya rugiendo
Y el álveo estrecho a su poder sintiendo,
Invade la llanura,
Se abre paso del bosque en la espesura;
Y fiero ya con el raudal que baja
Desde los senos de la nube oscura,
Las colinas desgaja,
Arranca las parotas seculares,
Se lleva las cabañas.
Como blandas y humildes espadañas,
Arrasa los palmares,
Arrebata los mangles corpulentos:
Sus furores violentos
Ya nada puede resistir, ni evita;
Hasta que puerta a su correr dejando
La playa... rebramando
¡En el seno del mar se precipita!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¡Oh cuál semeja tu furor bravío
Aquel furor temible y poderoso
De amor, que es como río
Dulcísimo al nacer, más espantoso
Al crecer y perderse moribundo
De los pesares en el mar profundo!
Nace de una sonrisa del destino,
Y la esperanza, arrúllale en la cuna;
Crece después, y sigue aquel camino
Que la ingrata fortuna
En hacerle penoso se complace,
Las desgracias le estrechan, imposibles
Le cercan por doquiera;
Hasta que al fin violento,
Y tenaz, y potente se exaspera,
Y atropellando valladares, corre
Desatentado y ciego,
De su ambición llevado, para hundirse
En las desdichas luego.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¡Ay, impetuoso río!
Después vendrá el estío,
Y secando el caudal de tu corriente,
Tan sólo dejará la rambla ardiente
De tu lecho vacío.
Así también la dolorosa historia
De una pasión que trastornó la vida,
Sólo deja, extinguida,
Su sepulcro de lava en la memoria.
1864.
Ignacio Manuel Altamirano