AMARILLO CROMO
TEMA DEL PINTOR BOEEKLIN
Un Apeles de barba rubia
y de ojo límpido y azul,
se disponía una mañana
a retratarse en plena luz;
tomó pinceles y paleta,
y bien provisto de color,
acomodó su caballete
donde le diese oblicuo el sol.
¡Ras! una línea. «Estoy, se dijo,
en mi florida juventud,
tengo una barba crespa y rubia
y el ojo límpido y azul;
»hay que poner en las pupilas
una infinita claridad
que reproduzca, en limpias ráfagas,
la iluminación cerebral;
»hay que trazar esta cabeza,
urna del genio y del amor,
y descoger sobre las sienes
una cabellera de dios;
»será la boca flor de fuego,
felina, elástica, sensual,
do vibren púrpuras y esmaltes
del marisco más singular;
»que el oído perciba el eco
de lo que dice en queda voz
la roca a la espuma que pasa
y el crepúsculo al arrebol,
»y la nariz sienta el perfume
con tan sutil intensidad,
que no le escape una molécula
en su divisibilidad»...
Pintaba el maestro, pintaba
cuando, abriéndose la pared,
un esqueleto pavoroso
llegó a colocarse tras él;
púsole la mano en el hombro,
diciendo: «La Muerte soy yo:
traza en tu lienzo mi figura
y allí viviremos los dos»...
Y el artista siguió pintando
con infantil ingenuidad...
y se mezclaba en el espejo
su faz viva a la muerta faz.
Súbitamente huyó el fantasma
atravesando la pared.
(El artista pintó a la intrusa
apoyada la mano en él).
mejillas, color y nariz;
¡Qué buen retrato!, barba y rizos,
¡(pié bien la barba! y esos dientes
y esa palidez de marfil;
sólo que el ojo copia, triste
la iluminación cerebral,
y la nariz se abre a perfumes
de una acritud particular;
que el oído percibe frases
de desaliento y de dolor,
y parece escuchar el ritmo
del más pausado corazón;
¡la boca tan sólo, esa boca
felina, elástica, cruel,
se pliega en gesto voluptuoso
de melancólico desdén!...
El maestro miró el retrato
como buscando la razón
de aquella indecible amargura
que al comenzarlo no ideó.
«Ya estoy, prorrumpe; si es que opaca
ese amarillo sepulcral
el tono opalino, el violeta
y el rosado crepuscular».
Y un poeta que estaba oyendo,
«pienso, le dijo, como tú:
ese amarillo de las tumbas
nos ha entristecido el Azul»...
Guillermo Valencia