HOMERO
Hasta el Olimpo que la Tierra llora
subió de tu cantar la melodía,
volando en el crepúsculo del día
con voz que a Grecia de laurel decora.
Ávido fuego que la mies devora,
sueltas de Aquiles la pasión bravía,
y los ojos de Eurímaco vidría
la saeta de Ulises vengadora.
En un invierno tu cabeza. Mancha
un piélago de sombras el camino
que el ritmo puro de tu canto llena;
verde corona tu perfil ensancha,
y vas —manso cantor de lo divino—
asido al brazo mórbido de Helena...
Guillermo Valencia